Por Azrael Mordad
Apreciables Señores, Jefe de Gobierno y Delegados:
A raíz de las remodelaciones que me ha tocado ver en el centro histórico (histérico) de la Ciudad de México y sus alrededores, he querido exponer mi humilde punto de vista en cuanto a algunas de ellas se refiere.
Antes, quisiera aclarar que hay una conciencia acerca de la urgencia de satisfacer la necesidad de vivienda para la creciente población de la Ciudad de México, a la vez que de reactivar la circulación de dinero, ayudando así a movilizar la economía de nuestra querida metrópoli.
Sin embargo, hay una diferencia entre ofrecer vivienda digna y hacinar a la población en espacios tan reducidos, que la convivencia cotidiana se transforme en un infierno; mencionando nada más esto para no entrar en detalles en cuanto a la calidad de las construcciones se refiere.
Es así como me ha tocado ver maravillosos edificios viejos entrar en la mal llamada “restauración o renovación” que ha consistido en dividir hasta su mínima expresión posible, los grandes departamentos de las antiguas vecindades, forrar los falsos muros con acabados modernos, habilitar tuberías con PVC y vender 40 metros cuadrados a precios exorbitantes.
Un antiguo departamento en el cual crecieron corriendo los ahora adultos o ancianos, se ha transformado en un habitáculo en donde, para intentar correr, un niño tiene que dar vueltas y vueltas sobre si mismo y eso con el riesgo de hacerse un hoyo en la pantorrilla con la esquina de un mueble de la cocina, que queda al lado del sillón de la sala, que no cabe si no es tapando la mitad del fabuloso ventanal, que se diseñó originalmente con la finalidad de iluminar pero que termina, invariablemente y por necesidad de espacio, tapado con algún mueble; vamos, que si cabe una maceta, ya dicen que tiene jardín.
Sale uno del expendio con su café en la mano, a recorrer las calles del centro y colonias aledañas, tapizadas de bellos edificios, con sus muros cubiertos de tezontle y cantera. Dándole una fumada al cigarro, mira hacia los altos ventanales y fantasea con el interior de altos techos abovedados o de vigas de madera, que han observado pasar la historia desde allá arriba, se recorren con la imaginación los pasillos tortuosos de las vecindades y atravesando las puertas con la mente, se logra ver al chamaco de la década de los 30’s o aún más atrás, persiguiendo al perro, al gato o a su hermana para jalarle el cabello.
Foto 1. La Merced; Foto 2. Casa Isabel La Católica. Astrid Cortés (c)
Es entonces cuando se le dice al otro:
-vamos a entrar para ver como va lo de la renovación del centro histórico.
Y ya va uno pensando en como le habrán hecho para recobrar los muros, la viguería, los balcones, tratando de adivinar que prodigios tecnológicos habrán obrado para contener los hundimientos de nuestra nata central; se dan algunos pasos hacia adentro y se encuentran las siguientes dos opciones:
1) Todo es un desastre porque no se le ha invertido un solo centavo al edificio, que dizque está protegido por el gobierno y vaya usted a saber por cuantas fundaciones más; tal parece que sólo esperan a que se deteriore tanto, que esta vez sí, quede completamente inservible para tirarlo y hacer multifamiliares, que se venderán con el plus de que estarán ubicados en singularidades espacio-temporales, es decir, con infinitas densidades (de muebles, utensilios y habitantes) en espacio cero…
y…
2) Lo único que queda del edificio original es la fachada, en este caso, comprendo que es probable que la construcción haya quedado inservible después del terremoto de 1985 o que se haya derrumbado por el paso del tiempo.
Hablando de la opción 1, hay otros edificios que han sido tan divididos y divididos, que, aún remodelados, cayeron en el mismo desastre porque se convirtieron en hacinamientos de gente.
Señores, eso no es renovar, ni remodelar y mucho menos rescatar, eso que se está haciendo con el centro histórico es comparable a una violación, ¿porque?, pues porque cuando una persona sobrevive a una violación y se repone de los golpes y maltratos sufridos, desde el exterior parece estar muy bien, pero por dentro la persona está destrozada en su misma esencia.
Y la esencia del centro histórico es esa: ¡¡¡que es histórico!!!, que sus edificios, sus piedras y sus balcones han visto y sufrido la historia de México y sus pobladores, por muy común que sea el pasado de sus habitantes, ese es el pasado que ha forjado nuestra nación, para bien o para mal.
Rescatar el centro histórico sería entonces, conservar la construcción original hasta donde sea posible, rescatando las viviendas y reestructurándolas siguiendo los planos originales hasta donde sea posible.
La decisión de mudarse al centro histórico radica precisamente en habitar esas viviendas añejas y devolverles su dignidad como morada de uso común, porque entre sus muros está guardada la evolución de nuestra cultura, nuestro legado como mexicanos y esa es la riqueza que llama tanto a mexicanos, como a extranjeros, a quienes con tanto afán buscan atraer algunos.
Ir a vivir al centro histórico para habitar un departamento igual a cualquier otro departamento moderno, cuadrado y minimalista (por aquello del espacio mínimo) no tiene ningún atractivo, a menos que a uno le guste ser pisoteado diariamente por las hordas de compradores que transitan por sus calles y lo único que podría motivar esa decisión sería la necesidad de tener un ataúd en donde vivir.
Por el momento es todo y me despido agradeciendo su atención y antes de que se me ocurran más cosas enfadosas.
Que pasen un buen día y lo amenicen con un café de nuestro centro, que aún es histórico.
México D. F. 12 de febrero de 2014
Foto 3. “El viejo depa de Victoria”. Astrid Cortés (c)
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