ARKEOPATÍAS EN LA FIESTA DE LAS CULTURAS INDÍGENAS EN EL ZÓCALO.

El pasado viernes 1 de septiembre en la «Fiesta de las culturas indígenas, pueblos y barrios originarios» en el #Zócalo de la #CiudadDeMéxico, platicando lo que hacemos en #ARK y hablando de #PatrimonioInmaterial.// Aprovechamos para presentar nuestro más reciente proyecto editorial y consolidarnos de este modo como un espacio no sólo de reflexión y crítica sino también de producción académica./////

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#LasPrestadas: Los sitios arqueológicos y el racismo cotidiano

Por Itzamná Ollantay

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Machu Picchu, Perú / Foto: Juan Tonchez (cc)

Desde México (Teotihuacan, Chichen Itzá, Palenque, entre otros), pasando por Guatemala (Tikal, Quiriguá, Iximché, etc.) y Honduras (Copán), hasta los países andinos como Perú (Ollantaytambo, Machu Picchu) y Bolivia (Tiawanaku), los santuarios arqueológicos fueron convertidos en verdaderas minas comerciales por la transnacional industria del turismo, mientras comunidades y municipios indígenas del lugar sobreviven casi en la indigencia.

Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), en 1980, el ingreso global para la región, por turismo internacional, fue de $. 13.500 millones. Para el 2008, $. 45.300 millones. Y para 2020 está proyectado superar $. 80.000 millones. Los ingresos por este rubro representaban, en 2008, el 20.9% del Producto Interno Bruto (PIB) de Guatemala, el 9.5% del PIB peruano, y el 8.8% del PIB mexicano. Siendo las cadenas hoteleras norteamericanas (Six Continents, Best Western, Starwoord, Hilton, Marriot) y europeas (Accord, Sol Meliá) quienes controlaban dicho negocio. (OMT, 2009).

Estas millonarias ganancias económicas, producto de la mercantilización del legado cultural (material y simbólico) de las civilizaciones milenarias, contrastan diametralmente con la situación de empobrecimiento y exclusión de las comunidades mayas, zapotecas, quechuas, aymaras y campesinas que cohabitan en dichos lugares, abandonados, sin servicios básicos y sin futuro.

En el mejor de los casos, sobre explotados como sirvientes de limpieza en los restaurantes, peones de mantenimiento de los senderos (como es el caso de los mayas, en México, Guatemala y Honduras), y cargadores de equipajes de turistas (caso de los porteadores quechuas hacia el Machu Picchu, Perú). Todos/as, sobreexplotados, sin derechos.

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Ollantaytambo, Perú / Foto: Juan Tonchez (cc)

Los mercaderes del patrimonio cultural ajeno, banalizan, comercializan y monopolizan el legado intelectual y espiritual ancestral sin el consentimiento de los pueblos originarios. Ninguna comunidad indígena puede legalmente administrar o coadministrar dichos centros. Las empresas privadas, sí. Esto, aparte de ser discriminación racial, es un descarado hurto cultural permitido por el Estado.

El racismo en los lugares arqueológicos también se manifiesta en la expresa discriminación de indígenas de cargos/responsabilidades jerárquicos en la administración de los recintos. Todos los jefes, y quienes atienden a los turistas, son mestizos. Al indígena está reservado sólo el trabajo de limpieza o de cargador.

Y lo más vergonzoso: la miseria permanente de los pueblos y comunidades indígenas del lugar es utilizada como un atractivo comercial pintoresco por las agencias de turismo. Venden el nefasto destino de estos pueblos como un elemento exótico dentro del paquete turístico que ofrecen a los curiosos. Muchos turistas vienen ansiosos de experimentar un “éxtasis espiritual” en el contacto directo con los pueblos “salvajes” y “naturales”.

Versión 2

Ollantaytambo, Perú / Foto: Juan Tonchez (cc)

Los mercaderes de lo ajeno, también son racistas cuando sistemáticamente discriminan a indígenas del lugar de la posibilidad de visitar a los santuarios construidos por sus ancestros. Los mecanismos de discriminación son: elevados costos del tique de ingreso, desconocimiento de los idiomas nativos, y la “adulación” del visitante foráneo (mucho más si es blanco y anglófono el turista) y el desprecio de los visitantes nativos.

En el caso de México, existen aún lugares turísticos donde está expresamente prohibido el ingreso de indígenas (entendidos como sinónimo de indigentes). En Honduras, los maya chortís están prohibidos de ingresar al Santuario de Copán a realizar sus tradicionales ceremonias espirituales. En santuarios como Teotihuacan (México) la exaltación del vestido de color blanco para visitar dicho Santuario (para acumular la energía solar) es una estampa folclórica más del racismo “inconsciente” que se irradia en el lugar. El color blanco repele la energía solar, el negro sí absorbe. Es muy común ver a mestizos/as vendiendo textilería, gastronomía, arte, música indígena.

El racismo y la explotación de los pueblos indígenas no sólo beneficia a los agentes transnacionales de la industria del turismo. También los comerciantes intermedios nacionales “capitalizan” eficientemente esta realidad enferma. Es muy común ver a mestizos/as vendiendo textilería, gastronomía, arte, música indígena elaborada o comprada a indígenas a precios irrisorios, pero vendidos a turistas como “producto hecho a mano”. Aunque en la cotidianidad, éstos que comercializan las “grandezas legendarias” de las civilizaciones milenarias, desprecian la presencia y los estilos de vida de las y los descendientes actuales de dichas civilizaciones.

Este racismo sistemático en los sitios arqueológicos, no sólo se materializa en la enferma industria del turismo. Ni es únicamente la síntesis de la esquizofrenia cultural identitaria que habita a las sociedades oficiales en los países latinoamericanos. Es, ante todo, la externalización del racismo permitido, institucionalizado y legalizado por los estados naciones folcloristas.

Esta enfermedad pentacentenaria que trunca toda posibilidad del bienestar común y la sostenibilidad de la convivencia pacífica intercultural, es la manifestación de la estructura mental y espiritual de quienes fundaron y regentan estas repúblicas esquizofrénicas. Y se mantiene en el tiempo e irradia en el espacio gracias a la premiación e idealización social de prácticas racistas.

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Fuente: América Latina: los sitios arqueológicos y el racismo cotidiano | Blog | teleSUR.

Revista ArKeopáticos/Textos sobre arqueología y patrimonio. Año 1 Número 02 [invierno 2013] México.

Algunas notas sobre el Patrimonio Arqueológico en México y Latinoamérica

Nada me han enseñado los años

siempre caigo en los mismos errores

otra vez a brindar con extraños

y a llorar por los mismos dolores.

José Alfredo Jiménez

*

Por Yarima Merchan Rojas

No somos ajenos al espinoso medio en que vivimos, globalizador y simulador de progreso, en donde nuestro oficio como antropólogos es constante contradictor frente al manejo político, económico, religioso y mediático de nuestros inquietantes tiempos. La poca concientización sobre los valores de nuestro patrimonio cultural y la falta de intenciones políticas de reconocerlos, no permiten protegerlo e incorporarlo a las dinámicas sociales de forma educativa y productiva, alejada de los sólo intereses comerciales, turísticos u ornamentales. Las partidarias y mediocres políticas públicas brindan un panorama nublado, nuestra cotidianeidad es permanentemente agredida por grupos de poder que pretenden imponer sus parciales visiones de la realidad, y que ayudados por nuestras enajenadas conciencias, pretenden pisotear toda memoria histórica y cualquier arrebato de emancipación de las diferencias, afortunadamente no siempre lo logran.

Latinoamérica en particular no brinda condiciones favorables para la investigación  antropológica, mucho menos si se trata de la arqueológica, cuyos costos parecen mayores. Los presupuestos gubernamentales destinados a la investigación cultural finalizan una larga lista encabezada hoy por las falaces y míticas guerras posmodernas contra el terrorismo o el narcotráfico, y por el mantenimiento de un aparato estatal de antaño cuyo engranaje y óxido no van al paso de las nuevas realidades.

Es de notar sí que aun cuando cotidianamente las políticas estatales dejan en último plano los asuntos relacionados con la investigación histórica y cultural, así como la preservación del patrimonio cultural, se destinen incalculables presupuestos para el festejo de los bicentenarios de independencia, eventos que exaltan un pasado lleno de héroes e historias gloriosas de naciones independientes dignas de tan magnificas celebraciones. Es curioso que en México, por ejemplo, este sentido de identidad nacional es festejado en torno a la grandiosidad de un pasado indígena notable en la majestuosidad de su patrimonio arqueológico, en la monumentalidad de sus construcciones prehispánicas y artísticas, mientras que, por otro lado, se discrimina, margina o menosprecia a los herederos vivos de esta historia, es decir, a los muchos grupos indígenas que viven en gran parte del territorio nacional.

La antropología como constructora de identidad y memoria nos ha mostrado la importancia de la subjetividad en el análisis de los acontecimientos, hemos sido capaces de ver que grupos como los indígenas, los campesinos, los inmigrantes ilegales u otros grupos marginados y gran parte de la población en nuestro país, tienen sus propias historias, y que éstas no coinciden con las historias oficiales bañadas de gloria.

Por otro lado, sabemos también que el «progreso» o las maravillas de la ciencia son armas de doble filo si no se sustentan en un crecimiento social equilibrado y hasta cierto punto consciente de las realidades subjetivas. En este panorama se han vislumbrado dos posturas, la primera que persigue exaltar la importancia de los elementos culturales propios, de nuestras costumbres y tradiciones por encima del tsunami cultural globalizador del neoliberalismo. Apegados a estas ideas y contrarrestando la pérdida de algunos elementos culturales propios, hay quienes los intentan reproducir o mantener enfrentándolos contra ciertos elementos de la modernidad, demeritando algunos de los avances tecnológicos modernos o a las costumbres venidas de otros lugares.  Hay en esta posición un discurso que no difiere de algunas posturas radicales. Otra postura tiene que ver más con visualizar nuestra realidad como un conjunto de fenómenos culturales cambiantes, integrada por personas y grupos que de manera directa o indirecta enfrentamos estos procesos, que tenemos pérdidas importantes pero también ganancias culturales. Me parece que el problema fundamental es cómo lograr que todos seamos conscientes de este tsumani, de sus causas y sus consecuencias en nuestras realidades y de cómo aprovechar los avances tecnológicos en favor del rescate o la incorporación de esas otras historias o realidades.

Los historiadores, antropólogos y arqueólogos valoramos principalmente al pasado como instrumento de aprendizaje, integramos nuestras construcciones, derrumbes y reconstrucciones históricas a la trama de acontecimientos, personajes, azares, necesidades, errores y vacíos que forman las historias humanas. La investigación arqueológica no es más que otro testimonio, una fuente que mediante el estudio de materiales arqueológicos añade fichas al rompecabezas histórico. En una realidad dónde cada quien las valora los bienes arqueológicos de formas distintas (como mercancías, objetos de adorno, piezas de museo, objetos que enarbolan identidad o nacionalismo o piedras viejas sin valor alguno) es dónde cobran importancia para nosotros, como objetos activos que tienen un significado social y que son utilizados con diversos fines. En la mayoría de los casos, el patrimonio arqueológico se ha definido como un conjunto de bienes culturales estáticos, ajenos a los grupos sociales y a sus intereses, dejando de lado la causalidad misma de su existencia y su dinámica social.

Otro acercamiento que tenemos con estos objetos arqueológicos, es el práctico, es la eterna lucha por conseguir recursos para la investigación, y la tarea de protegerlos de las garras capitalistas y manipuladoras, que desde sectores públicos o privados, ven a nuestras herencias culturales como simples mercancías, o como coyunturas operantes para la fabricación de falsedades lejanas a su valor histórico. Materiales, tradiciones y legados culturales tambalean en estas arenas, en donde la modernidad no funciona como instrumento de integración o mejora, sino como una máquina aplanadora y desenfrenada que nos obliga a correr teniendo que elegir entre cargar con nuestras herencias culturales, o con nuestro pobre e instrumental arsenal de sobrevivencia. Un investigador social encuentra en Latinoamérica una serie de dificultades solamente comparables con nuestras riquezas culturales. En este panorama, hurgar en el pasado parece meritorio, ese devenir histórico humano podría reivindicar luchas y reflexiones consumadas. Si intentamos conocer nuestra realidad quizá podamos mejorarla. Se trata (de) analizar lo que somos como sociedad, lo que hemos construido y derrumbado, y de, en lo posible, no “llorar por los mismos dolores”.

Antología de textos sobre patrimonio cultural