DE LA CASA #10: LA CARENTE MEMORIA DE LA OXIGENACIÓN PERDIDA / YM.

num10

Por Yolanda Morales

“Hace veinte años había en México menos polvo, menos política y no hacía tanto calor. ¡Con cuánta complacencia viene a la memoria de quienes aún no arribamos a la cuarentena el México de aquellos días! Una ciudad no tan grande, no tan populosa; bien que ya empezaba a serlo. Un no sé qué de intimidad todavía en las calles y en las gentes (…) Tal es el panorama espiritual que nos forjamos de la ciudad, volviendo los ojos al pasado (…)” [1]

Un pasado casi inmediato que enriquece nuestro acervo cultural, donde se nutre el espíritu y se respeta la trascendencia, recorriendo palmo a palmo las ahora asfaltadas calles de nuestra “Muy Noble y Leal Ciudad de México”, añorando algunas veces un pasado cuyo legado muestra imponente monumentos forjados a hierro y piedra, enmarcados de caoba y mármol, engalanados de óleo e impregnados de historias propias y ajenas, evocadoras de ese espíritu de un México que trabajaba en conjunto.

El tiempo

Permítanme llamarle “imponentes” a todos y cada uno de los inmuebles que albergan ambos perímetros del centro histórico, pues para mí no hay distingos, entre palacete e inmueble civil, no se confunda con restarle la inigualable diferencia e importancia que cada uno posee, sin embargo ambos existen por causas determinantes y de un equilibrio bastante obvio, al que denomino, arquitectura de co-relación.

La existencia de ambos, cuyos usos y desusos son tan palpables en estos lugares de convergencia social, como sus texturas, esa piel que continua respirando la energía de los que habitamos su contexto, impregnándose de poluciones cargadas de CO2, de “mugre”, ruido etc., y exhalando la ausencia en repetidas ocasiones de quienes ante la expropiación forzada o el deterioro paulatino, cuyo factor tiempo es un detonante radical, denota la pérdida en ocasiones, irremediable de lugares paradójicamente llenos de vida.

Y en un panorama urbano en el que abundan los autos y escasean los árboles, quienes en ese pasado casi idílico eran en todo momento incluidos en la proyección del arquitecto, autor de estos espacios, y que ahora son simples fantasmas, sombras de su mismo pasado, unas veces encadenados, otras ridiculizados, llenando los centros históricos irónicamente con vacíos de los que emana la precaria memoria y evidente desgano de la sociedad por continuar empleando esos fortísimos legados y hacerlos vivibles para el usuario “moderno” en lugar de buscar su anulación, para dar cabida a sitios itinerantes o de albergue a su medio de transporte.

En nuestro siglo plagado de tecnología, opciones, agilidad, ciencia, viajes espaciales etc, nos hemos auto-discapacitado confinando nuestra existencia a tan sólo 7.5 m2 (http://wp.me/p2O1XF-zY) donde nuestra vida discurre a través de las interminables horas, entrando en una especie de “automatic life” de casa-tráfico-oficina-tráfico-casa, inmersos en opulentos edificios en los que la rutinaria “vida” se escapa por las ventanas polarizadas, situados en conjuntos laborales en incremento, sin opciones cercanas de un distractor relajante en horas oportunas, la mayoría de estos centros de trabajo, al menos en el centro de la ciudad, están rodeados de inmuebles en deplorable estado, donde se incluyen contemporáneos e inmuebles históricos, que en lugar de habilitarse para usos dinámicos a su contexto y ritmo de vida, son parte de ese vacío del que ya nos acostumbramos, posteriormente al salir se comienzan las movilizaciones a remotos puntos de vivienda cada vez más reducida y que con suerte el comedor no se una al ½ baño.

Estas peregrinaciones modernas traen consigo desequilibrios en donde la precaria planeación urbana se hace evidente, y con ello las congestiones que degeneran aún más nuestro ambiente y la calidad de vida que nos merecemos. Actualmente hemos arrasado de a poco en poco con los recursos naturales existentes en esta vasta cuenca mexicana y que mantenían en balance nuestra supervivencia en ella, y llevándolo a esquemas más extensos en un equilibrio mundial (recuerden que todo tiene un causa-efecto), esa precaria memoria que ha optado por un crecimiento desmedido en la construcción, en lugar de reaprovechar los recursos existentes, ha traído consigo consecuencias bastante graves que con el paso de los años van siendo evidentes, por citar algunos, la descomunal extracción hídrica de nuestro manto freático (http://wp.me/p2O1XF-gI), cuyos efectos pueden apreciarse actualmente en las fachadas de los inmuebles tanto históricos como de los pertenecientes al funcionalismo, a esos hundimientos diferenciales se les suma la desaparición a ton y son de inmuebles catalogados o no por el simple hecho de ya no significar más que la sobre inversión (http://libreenelsur.mx/content/dice-dbj-que-permitio-destruccion-edificio-en-narvarte-catalogado-por-inba-porque-no) y los interminables trámites que ya una vez comentamos, pero qué me dirían si les comento que derrumbar un edificio contribuye a esa destrucción ambiental y la interminable polución de la que tu organismo también es consumidor no. 1.

La generación de residuos de Construcción y Demolición (en adelanteRCD) está íntimamente  ligada  a  la  actividad  del  sector  de  la construcción,  como consecuencia  de  la  demolición  de  edificaciones e infraestructuras que han quedado obsoletas, así como de la construcción de otras nuevas.

Se consideran residuos de construcción y demolición (en adelante RCDs) aquellos  que se generan en el entorno urbano y no se encuentran dentro de los comúnmente conocidos  como  Residuos  Sólidos Urbanos  (residuos  domiciliarios  y  comerciales, fundamentalmente),  ya  que  su composición  es  cuantitativa  y cualitativamente distinta. Se trata de residuos, básicamente inertes, constituidos  por: tierras y áridos mezclados, piedras,  restos de hormigón,  restos de pavimentos asfálticos, materiales refractarios, ladrillos,  cristal,  plásticos,  yesos,   ferrallas,  maderas   y,  en  general,
todos los desechos que se producen por el movimiento de tierras y construcción de edificaciones  nuevas  y  obras  de  infraestructura,  así  como  los  generados  por  la demolición o reparación de edificaciones antiguas.

El auge experimentado en este sector, ha implicado la generación de importantes cantidades  de  RCD,  los  cuáles,  debido  a  la  falta  de  planificación  para  una adecuada gestión final de los mismos, se han ido depositando en vertederos, en muchas ocasiones, de forma incontrolada.

Al realizar estos depósitos de RCD, no sólo se está perdiendo o desaprovechando energía y material potencialmente reutilizable, reciclable o valorizable, sino que además, se afecta de manera muy negativa al entorno.

El origen de los residuos de  construcción y demolición tal y  como  su nombre indica, provienen de la construcción y demolición de edificios e infraestructuras; rehabilitación y restauración de edificios y estructuras existentes; construcción de nuevos  edificios  y  estructuras;  así  como  de  la  producción  de  materiales  de construcción,  por  ejemplo  una  máquina  de  hacer  hormigón,  componentes  del  hormigón, artículos de madera, etc. [2]

El carácter peligroso de los RCD, puede deberse a causas diferentes debido a la composición de los materiales de cada inmueble derrumbado, restaurado y dejado en abandono, cada elemento desprende infinidad de sustancias que al paso de los años va comportándose de maneras diferentes, por ponerlo de una manera más simple, en nuestros centros históricos y la ciudad en general se almacenan sitios en descomposición, los cuales al derrumbarse producen una mayor cantidad de contaminantes y riesgos de salud ya que no son tratados de manera correcta para su desecho o reúso, que si diéramos la oportunidad de habilitar los espacios inertes y brindarle a la sociedad de sitios vivibles, útiles y bellos como dijera el buen Vitrubio. Y no sólo eso, si viéramos la restauración y habilitación de ellos como una verdadera inversión tanto ambiental como económica como lo han hecho ya los países europeos, nuestra merma económica no sería tan grave y se tendría un enorme crecimiento e impacto mundial. El mundo se está moviendo a nuestro alrededor mientras permanecemos impávidos ante teorías y postulados que en la mayoría su interpretación ha generado enormes congeladoras de piedra.

Separar para reciclar. Los restos  generados  en derribos, demoliciones  y  obras de reforma no son los mismos en todos los casos, pero, en general, contienen más del 70% de materiales inertes, de origen mineral, que pueden reciclarse como áridos para distintos  usos.  Lo  ideal,  y  en  algunas  grandes  obras  se  hace,  es  efectuar  una separación  y  selección  previa  de  los  materiales  de  desecho,  apartando,  para  un posterior  tratamiento  en  plantas  de  valoración  y/o  recuperación,  los  restos  más inocuos (papel y cartón, madera, hierro, aluminio y otros metales, cristal, etc…) y los tóxicos  y peligrosos (barnices, material aislante, pinturas, minerales pesados,disolventes…), que aunque son una parte mínima hay que segregar y tratar con sumo cuidado  en instalaciones  adecuadas. En las obras nuevas  se genera un porcentaje mayor  de  materiales  no  minerales  (envases  y  embalajes)  y  especiales  (plásticos, pinturas,  disolventes,  siliconas…),  que  complican  y  encarecen  los  procesos  de separación.  Un  proceso  que  raramente  se  da  en  origen  en  las  pequeñas,  pero frecuentísimas,  obras  de  reparación,  rehabilitación,  reforma  o  mantenimiento  de edificios  y  locales  (no  hay  más  que  reparar  en  el  contenido  de  los  miles  de contenedores asentados en nuestras  calles),  cuyos residuos  suelen acabar, hoy por hoy, en vertederos de todo tipo.

Por qué no ver también la oportunidad de aplicar las tres “R” en este medio de la construcción, de reaprovechar lo existente e impulsar una nueva manera de crear sin destruir, qué tal si la nueva Carta de Atenas impulsara la imperante necesidad de proteger, nuestra NECESIDAD ineludible de RESPIRAR y no carecer de memoria en que algún día el terreno se nos terminará y no todos podremos salir huyendo a marte./

Notas:

[1] Fragmento del prólogo escrito por Carlos González Peña, para el libro “Las Calles de México” de Luis González Obregón. Año 2000

[2] Introducción de investigación para MASTER INGENIERÍA AMBIENTAL 2006‐07 Titulado: RESIDUOS DE CONSTRUCCIÓN Y DEMOLICIÓN (http://www.uhu.es/emilio.romero/docencia/Residuos%20Construccion.pdf)

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