Por Gustavo Díaz
En 2013, tuve el placer de conversar a propósito de un ciclo de documentales con la doctora Pilar Luna Erreguerena, titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia y coordinadora de los proyectos de investigación llevados por este organismo federal en las profundidades de los ríos, mares, lagunas y cenotes del territorio mexicano.
En esta plática, abordábamos la importancia que juegan los pescadores y los buzos dentro del plano de la investigación científica, así como del gran trabajo hecho durante las últimas temporadas de campo dentro en los sitios: Galeón de Manila, Banco Chinchorro, barco Juncal, cuevas y cenotes.
Recuerdo bien que la investigadora insistía en la importancia de no tocar los objetos encontrados en las profundidades marítimas, ya que los rastros de polen o el sedimento más delgado que recubre un cráneo, son factores importantes que aportan de manera directa información arqueológica del sitio u objeto.
Hoy día, nuevamente ha venido a mi mente esta conversación, pues la doctora Erreguerena me hablaba de “Naia”, un hallazgo localizado en mayo de 2007 en un sitio conocido como Hoyo Negro en Quintana Roo y que estaba siendo analizado por un equipo interdisciplinario con el propósito de obtener datos más precisos sobre su ADN, Carbono 14 y Uranio/Torio.
El viernes pasado, varios diarios importantes como: The New York Times y The Washington Post, hicieron referencia a este hallazgo monumental del INAH y la noticia inmediatamente le dio la vuelta al mundo, pues Naia: (Es el esqueleto más primitivo encontrado en el sureste mexicano y corresponde a una joven de 1.47 metros de altura sumergida a cuarenta metros bajo el nivel del mar).
Naia científicamente ha sido fechada para 13,000 – 12,000 años de antigüedad, y los estudios de ADN mitocondrial la han confirmado como uno de los primeros testimonios de vida humana dentro del continente americano, más antigua incluso que el hombre de Tepexpan fechado para 4,000 años, la Mujer de las Palmas entre 10,000- 12,000 años, el Hombre de Tlapacoya entre 12,150-11,619 y la Mujer del Peñón entre 12,500.
Por ello, Naia para mí es el gran premio al trabajo hecho por esta subdirección del INAH desde 2007, porque para toda la investigación, la Doctora Erreguerena se ha valido del apoyo de grandes estudiosos como el antropólogo y paleontólogo: James Chatters, de los arqueólogos: Dominique Rissolo, Alberto Nava, Adriana Velázquez y Roberto Chávez, así como de otros organismos de investigación como: National Geographic Society, el Instituto Waitt, el Archaeological Institute of America y la National Science Foundation, todos con el fin de confirmar el último periodo de glaciación en América y ratificar la idea de una migración al sur por parte de grupos cazadores y recolectores provenientes de Asia que llegaron a esta región a través de lo que hoy se conoce como el estrecho de Bering.
Lo más interesante de esta investigación, son los datos nuevos que a futuro pueden ser plasmados en los libros de texto en las escuelas, así como el imaginario escénico de los buzos y arqueólogos al momento de ingresar a estos lugares, la adrenalina y el misterio que implica la inspección en este tipo de sitios y lo fascinante que es la contribución histórica en el cuidado y preservación del patrimonio natural.
Además de Naia, estas exploraciones han permitido también el descubierto de veintiseis mamíferos correspondientes a once especies del Pleistoceno Tardío como: tigre dientes de sable, perezoso de tierra, gonfoterio, cerdo de monte, tapir gigante, coatí, oso, puma, lince, coyote y murciélago; especies que dan cuenta del trabajo aventurero y profesional hecho por los espeleobuzos: Alejandro Álvarez, Alberto Nava y Franco Attolini.
Es por todo esto, que reconozco y aplaudo el gran trabajo de la doctora Erreguerena dentro de la Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH, pues ella además de ser maestra, sigue vinculada al mar y si por ella fuera: entraría directamente a realizar el trabajo “In situ” de los objetos encontrados dentro de estas cavernas.
Penosamente, la tarea de la investigación en las profundidades marítimas todavía tiene mucho que mejorar, pues necesitamos más profesionistas mexicanos, ya que este trabajo hecho en Quintana Roo, debe de ser punta de lanza para retomar otros proyectos de campo como los que están pendientes en las lagunas del sol y la luna en el nevado de Toluca y el rescate cultural del lago de Texcoco, sitio que durante mucho tiempo sirvió como embarcadero y ruta comercial entre los pueblos de la cuenca de México.
Naia indudablemente, seguirá estando en plano mundial de la visión científica, pero es necesario que en el gremio mexicano se comprenda la importancia de la creación de un posgrado de arqueología subacuática y la participación constante de disciplinas como: la restauración y la conservación, ya que la inmersión de estos especialistas en los proyectos de investigación subacuática, ayudarán a tratar de mejor manera los elementos hallados en las profundidades, pues la eliminación de sales, el secado de materiales inorgánicos y la limpieza química (Si es necesaria), sólo puede ser hecha por gente experta y no debe ser dejada únicamente al plano del quehacer arqueológico.
La misión del INAH de preparar gente realmente comprometida en la navegación, el buceo técnico y la arqueología parece ser una tarea larga y bastante pesada, pero es realmente gratificante cuando se destapan tesoros como Naia por alumnos y maestros favorecidos con el trabajo de los informantes de la propia comunidad, así como el privilegio de enseñar de manera indirecta el respeto por el pasado y eludir de manera global el saqueo material del área natural en la que se habita, espacios de desarrollo sustentable y estudios pragmáticos que seguramente servirán de enlace para los académicos dedicados al estudio del mar en las generaciones venideras.
Les compartimos aquí, dos segmentos de una entrevista con Pilar Luna Erreguerena, y aunque no habla de NAIA propiamente, explica bien cómo y cuándo surge esta disciplina en México.
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