DE LA CASA #57: HISTORIA DE LA LUCHA CONTRA LA MARIGUANA / ALG.

#57

Por Abraham Licona Guerrero

Es cierto que nuestro país es rico en alucinógenos y desde luego este tipo de plantas son parte de nuestra bella cultura.

Los alucinógenos son ocupados desde métodos medicinales hasta con fines religiosos para la comunicación divina, pero en los últimos tiempos este tipo de alucinógenos son un factor de delincuencia y derramamiento de sangre, pero, de dónde salió la problemática.

Pues esto se debe a un suceso que aconteció hace más de 100 años, así es, la Revolución Mexicana. Aunque suene difícil de entender, la marihuana, mota, cannabis, la hierba, o como la quieran llamar, solo era una planta y la culpa de que se transformara en la reencarnación del demonio, Hitler y Cuajinais juntos fue de Francisco Villa, es él en gran medida el causante de este desastre de la guerra contra el narco. Es gracioso porque les apuesto lectores que ustedes pensarán que Don Pancho Villa se daba sus toques, pero esto en realidad es falso, él no fumaba marihuana y aunque suene raro su adicción eran los helados y malteadas de fresa.

Se dice que si agarraba a alguien drogado en su escolta le disparaba, y aunque suene extremo pero, para qué servía un soldado que se la pasa drogado.

Si vemos un poco los antecedentes históricos de esta planta, se conocía en la India, Asia central y China desde el año 3000 a.C., donde se utilizaba en la práctica médica. Al igual que otras muchas sustancias, su uso se relacionó con las ceremonias religiosas y la meditación. En la década de 1900, empezó a utilizarse como droga con fines recreativos y su consumo se extendió entre la juventud con el auge del movimiento hippie durante las décadas de 1960 y 1970, convirtiéndose en la sustancia ilegal que goza de mayor aceptación social. El cultivo de la planta Cannabis sativa es ilegal en la mayoría de los países, el consumo y posesión de marihuana se persigue de distinta forma en cada uno de ellos. Algunos países solamente imponen pequeñas sanciones, mientras que otros aplican castigos más severos, incluyendo la prisión.

Pero este no es el punto de este artículo, el punto es que Pancho Villa, ese héroe bonachón que está en todos los periódicos murales en el mes de noviembre, es el culpable de la situación en la que estamos 104 años después.

Cómo pasó esto se preguntarán, bueno, durante la revolución el centauro del norte decomisó tierras de los norteamericanos, en particular recobro 800 mil acres de un magnate llamado William Randon Herds, quien era un millonario amargado que de hecho tenía un repudio a las minorías y en particular a los mexicanos, lo de Villa fue la gota que derramó el vaso y a partir de ese momento Herds empezó atacar a los mexicanos en sus periódicos amarillistas, popularizó la palabra marihuana y era ligada con los mexicanos que estaban considerados desagradables extranjeros a quienes había que correr del territorio, ya que al fumar la marihuana adquirían una fuerza sobre humana y atacaban a los blancos.

Posteriormente en esta parte de la historia interviene un sujeto llamado Harry J. Anslinger, que al ser nombrado jefe del buró nacional de narcóticos de los Estados Unidos, pensó que su trabajo sería gris, aburrido y mal pagado, esto antes de darse cuenta que había hombres millonarios y amargados que querían resolver el problema de la marihuana y así el dúo dinámico se lanzó a combatir el supuesto problema, cada quien con sus respectivos intereses.

Anslinger, convirtió su trabajo aburrido en una oportunidad para posar frente a las cámaras como un super héroe que combatía hierbas, su principal arma eran películas donde decía que al fumar marihuana te hacia volverte loco, matabas gente y te volvías comunista, y así convencieron a la gente que esta planta que siempre había estado allí iba a destruir a los estados unidos, primero logro cambiar la opinión en unos estados, después en todo el país y al final en todo el mundo.

Y tal vez Anslinger invento el lucrativo negocio del combate al narcotráfico que año con año se hace de más millones y sigue creciendo.

En México le seguimos el juego, produciéndola de manera ilegal, fortaleciendo cárteles.

El ex presidente Felipe Calderón Hinojosa fue una de esas personas que causo uno de los mayores derramamientos de sangre con las manos limpias.

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El dinero sigue fluyendo por allá y los muertos siguen apareciendo por acá y todo porque un día Francisco Villa le quito tierras a William Randon Herds.

Hasta la próxima…

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La antropología al servicio del Estado militarizado

 

La antropología al servicio del Estado militarizado

Gilberto López y Rivas

 

El antropólogo estadunidense David H. Price se ha distinguido entre sus colegas por oponerse al uso de la antropología por parte del gobierno de Estados Unidos como una herramienta más de sus guerras contrainsurgentes y ocupaciones neocoloniales en el ámbito mundial; por defender un código de ética que establece responsabilidades y lealtades de los antropólogos con respecto a las poblaciones bajo estudio, las cuales tienen que ser protegidas de cualquier daño en su integridad y sus intereses; y por denunciar el uso mercenario de la disciplina.

Recientemente, Price publicó un libro de lectura indispensable, Weaponizing anthropology, social science in service of the militarized state, Counter Punch-AK Publications, 2011, en el que expone sus críticas fundadas a la nueva generación de programas contrainsurgentes, como los equipos de científicos sociales (Human Terrain Systems), que forman parte de las unidades de combate de las tropas de ocupación en Irak y Afganistán, así como los programas universitarios (Minerva Consortium, Pat Roberts Intelligence Scholars Program, Intelligence Community Centers of Academic Excellence) que facilitan con renovado vigor las incursiones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) y el Pentágono –entre otros organismos– en los campus de las instituciones de educación superior estadunidenses, convierten a las ciencias sociales en un apéndice del estado de seguridad nacional en el que se ha transformado el poder hegemónico del sistema imperialista mundial y trasmutan a las universidades en obsecuentes extensiones de su estructura militar.

La Sombra militar de la antropología es el título de la introducción, en la que Price destaca que la guerra contra el terrorismo de George Bush redescubre los viejos usos del conocimiento antropológico por los militares, adaptándolo a las necesidades de las guerras asimétricas y contrainsurgentes de última generación y a la ocupación de regiones identificadas por la presencia significativa de grupos étnicos o tribales.

En la primera sección, Política, ética y el regreso triunfal y en silencio del complejo militar y de inteligencia a los campus, se hace un recorrido histórico del involucramiento de la antropología con las empresas coloniales, la conquista y el genocidio, entendiendo que no existe la neutralidad política en la disciplina. La historia de los inicios de la antropología establece los vínculos de las tradiciones antropológicas estadunidenses, británicas, francesas, holandesas y alemanas con la expansión colonial en África, Asia, Indonesia y sobre los territorios de los pueblos indígenas de América. Se describen los problemas éticos y políticos de los antropólogos y de otros científicos sociales relacionados con los militares y las agencias de inteligencia y de cómo se ha innovado en cuanto a los programas universitarios establecidos en beneficio del aparato militar-industrial y de inteligencia del Estado.

En la segunda parte, Manuales: deconstruyendo los textos de guerra cultural, se examinan críticamente los documentos militares filtrados o ya publicados, con el objetivo de entender cómo las nuevas iniciativas castrenses y de inteligencia buscan poner bajo control a la ciencia social para sus propios fines en las actuales y futuras misiones bélicas. Estos manuales militares conciben la cultura como una mercancía identificable y controlable que puede ser usada por estrategas militares y organismos de inteligencia como una palanca para intervenir y manipular a su favor poblaciones enemigas, ocupadas o resistentes. Price comenta acerca de la ausencia en estos manuales de cualquier tipo de comprensión sobre las complejidades de la cultura que están presentes en los escritos de los antropólogos, las cuales son ignoradas, dejando en su lugar simplificadas narrativas que refuerzan estereotipos sobre vastas regiones de la diversidad. Las formas más reduccionistas de la antropología son asumidas por las concepciones castrenses en torno a la cultura. El libro ofrece comprobación detallada sobre la falta de escrúpulos intelectuales y de ética profesional de los antropólogos que participaron en la elaboración del último manual de contrainsurgencia (Counterinsurgency field manual No. 3-24), editado por la Universidad de Chicago, quienes plagian libremente los conceptos de reconocidos autores, sin las referencias bibliográficas debidas y sacándolos de contexto, en lo que Price califica como pillaje académico.

Finalmente, en la última sección, Teorías de contrainsurgencia, fantasías y crudas realidades, el autor considera una variedad de usos contemporáneos de la teoría de la ciencias sociales y la información con la que cuentan en apoyo a las operaciones de contrainsurgencia en la llamada guerra contra el terrorismo, incluido el entrenamiento y las políticas de los equipos de antropólogos y científicos sociales que actualmente trabajan en Irak y Afganistán.

La contrainsurgencia culturalmente informada –acorde con Price– presenta tres tipos de problemas para la antropología: éticos, políticos y teóricos. El problema ético está relacionado con la manipulación y el daño probable a poblaciones investigadas que debieran consentir voluntariamente ser estudiadas; el político consiste en usar a la ciencia antropológica para apoyar proyectos neocoloniales de conquista, ocupación y dominación; mientras el teórico se expresa en descansar en un simplificado reduccionismo acerca de la cultura destinado a explotar algunas características locales no sólo para supuestamente reducir el conflicto, sino en realidad para derrotar a los insurgentes.

Dos preguntas desde América Latina: ¿qué alcance tiene este tipo de prácticas en nuestros países? ¿Qué hacemos los antropólogos y nuestros colegios profesionales para contrarrestar o al menos denunciar estas estrategias de la antropología contrainsurgente de Estados Unidos?

 

Fuente: La Jornada, liga al artículo original aquí.