#LasPrestadas: Leer la ciudad

Por Selene Velázquez

Es hora de ser conscientes de todo el patrimonio perdido en la ciudad de Monterrey, pero no quedarnos sólo en eso. Hay que observar, conservar, proteger y, sobre todo, usar la arquitectura que ya estaba aquí antes que nosotros.

2 restaurika
Foto: Hugo Rodríguez

Érase una vez una ciudad llena de montañas, con un río que la cruzaba, arroyos y ojos de agua; una ciudad llena de árboles, de construcciones de tierra con tiros de chimeneas y patios con naranjos, nogales y granadas.

Quien lea lo anterior podría imaginar esa descripción para lugares fantásticos del centro y sur del país, porque, suena a ensueño, ¿no? Pero la ciudad que describo está justo en el noreste agreste de México: Monterrey. Conste que no me lo invento: en los archivos históricos están las crónicas antiguas de la ciudad, hay todavía registros fotográficos de lo dicho y basta con preguntarles a nuestros padres o abuelos y nos contarán de una ciudad perdida, que ahora se encuentra ahogada prácticamente en cemento.

Con todo y que la modernidad, que a todos nos alcanza, ha cambiado drásticamente la cara de la ciudad, existen varias maneras de conocer y reconocer el Monterrey que existía antes de nosotros, (y no precisamente con el DeLorean). Llegamos entonces, al punto del que les vengo a platicar: el patrimonio arquitectónico de mi pueblo.

“¿Qué?”, me dirán ustedes. “¿Patrimonio arquitectónico en Monterrey?”

Y la respuesta es: ansina mero. Y no, no hablaré por millonésima vez del Obispado o de la Catedral, porque la ciudad está repleta de inmuebles con un alto valor histórico (o artístico, si queremos apegarnos a la Ley de Monumentos) de los que vale la pena hablar.

3 restaurika
Demolición en la calle Diego de Montemayor en el Centro de Monterrey / Foto: Cortesía

Pero entremos en materia. El pasado día 21 de marzo fueron demolidas dos propiedades contiguas en el centro de la ciudad (En la calle Diego de Montemayor entre Ruperto Martínez y Aramberri). Una de ellas, muy probablemente del siglo XIX, por sus características estilísticas ligadas a la arquitectura norestense: muros de sillares de caliche, cubiertas de terrado, dominando en la forma el macizo sobre el vano. La otra de mediados de la década de los cuarentas del siglo pasado, con formas orgánicas y rasgos de un Art Nouveau tardío. La construcción estaba elaborada con ladrillos de milpa (arcillas cocidas), con un domo de cristales de colores y ventanales completos. Las casas estaban íntegras.

Semanas atrás se había “corrido el rumor” que tirarían las construcciones (abandonadas por años), para hacer una clínica. En diferentes grupos de Facebook se pedía ayuda para detener lo que parecía inminente, pero poco se podía hacer siendo propiedad privada. Quien les escribe por acá incluso hizo un video con motivo de la quinta edición del Día del Patrimonio de Nuevo León para subirlo al Facebook de Restāurika, empresa en la que trabajo en la conservación, restauración y difusión del patrimonio cultural, sobre todo, del noreste.

El miércoles 21 de marzo, por la mañana, el ruido de la retroexcavadora sonó fuerte. La demolición había comenzado.

Cerca de las cuatro de la tarde, después de una denuncia ciudadana, el personal que labora en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, delegación Nuevo León, se enteró de las demoliciones y fueron a parar las obras. El daño estaba hecho. Cerca del 60 por ciento de la construcción del siglo XX estaba desecha, y habían demolido un 40 por ciento del inmueble de tierra del siglo XIX. A la par de los trabajadores del INAH llegó prensa a cubrir el hecho. Habían demolido pero paraban las obras.

Día 22 de marzo. Sellos de clausura por parte del Instituto, construcciones hechas polvo y una nota en el periódico El Norte: “Detienen demolición de casonas antiguas”. En el artículo hay más de 50 comentarios, algo realmente impresionante para una nota del ámbito cultural en Monterrey, y en Facebook, llegamos a contar más de mil reacciones en distintos foros: algunas personas pedían que se demoliera todo lo viejo y abandonado y se diera paso a la modernidad (“Eso es patrimonio, pero de los dueños, que ya las tiren, eran un peligro”. “Estaban todas abandonadas y sucias”. “¿Históricos unos ladrillos? Que tiren todo”.) Por suerte eran los menos. Muchos más se sentían desolados ya que una de las construcciones, la de los años cuarenta, era la casa de sus sueños: “Solía pasar ahí a diario solo para verla”. “Siempre imaginé que ahí vivían duendes, desde niña”. “Soñaba con un día comprarla y vivir ahí”. “Era la casa de mis sueños y ahora, esos sueños son polvo”. “Pero si tenía un gran potencial, ¿cómo la tiraron?”. Son algunos de los cientos de comentarios lamentando la destrucción.

Cuando el INAH llegó a parar la obra, (que por cierto, no contaba con autorizaciones del Instituto para alguna demolición) los trabajadores tenían una hoja de Protección Civil en donde “recomendaban” la demolición inmediata de las casonas por estar en mal estado. Sin embargo, algunos ciudadanos subieron fotografías recientes del interior y exterior de las propiedades a las redes sociales: las construcciones no tenían un solo rastro de posible colapso, estaban en perfectas condiciones; sucias, sí, pero incluso con mobiliario de la década de los cincuenta en su interior. Nadie corría riesgo alguno.

¿Qué pasó entonces? ¿Por qué Protección Civil dio una carta “autorizando” demoliciones sin un dictamen preliminar avalado por arquitectos restauradores o estructuristas que conozcan de los sistemas tradicionales? ¿Quién autorizó qué? ¿Cuáles son los nombres de los dueños? ¿En dónde estaba el municipio de Monterrey y por qué no fue a parar la obra? ¿Después de la demolición existirá un castigo ejemplar por parte de la federación para quien demolió?

1 restaurika
Demolición en la calle Diego de Montemayor en el Centro de Monterrey / Foto: Selene Velázquez

No tenemos respuestas aún para ninguna de las preguntas que desde aquí formulamos. Sin embargo, hay algo muy rescatable en esta crónica de demoliciones: la acción y movilización ciudadana. Años atrás, la demolición de bienes inmuebles de estas características no hubiera sido motivo de discusión o asombro. Hoy, con todo y que se ha perdido muchísimo del patrimonio arquitectónico, en este caso de los regiomontanos, ellos mismos son los que dicen: ya basta. Cabe recordar otro caso muy movido en las redes sociales, en donde también por una denuncia ciudadana, el INAH se enteró que estaban demoliendo una casona de su catálogo.

Es hora de ser conscientes de todo el patrimonio perdido, pero es también hora de no quedarnos ahí, de observar, conservar proteger y, sobre todo, usar la arquitectura que ya estaba aquí.

Bien valdría la pena reconfigurar la protección de inmuebles patrimoniales, como en la ciudad de Monterrey, en donde existen muchos ejemplos de arquitectura de tierra (léase sillar de caliche o adobes, o de ladrillo de milpa con cubiertas como el terrado, de vigas y láminas) y dejar de hablar de fechas, que si corresponde al INAH, que si corresponde al INBA. Debemos de hablar de la permanencia de los sistemas constructivos tradicionales de una región, y sobre todo entenderlos, ya que nos hablan de nuestros antepasados, de quienes estuvieron aquí antes que nosotros, de quienes supieron entender un contexto complicado y aun así, le sacaron todo el provecho posible. Esta arquitectura nos habla de una forma de vivir más amigable con el medio ambiente y nos habla también de un pasado que se nos está yendo como agua. Los inmuebles son documentos, que si sabemos leerlos, nos contarán la maravillosa historia de la ciudad que habitamos.

Posdata: Mientras termino de escribir, sucedió algo histórico en Nuevo León. Se ha aprobado la propuesta de un fideicomiso para la conservación del Patrimonio Cultural del estado, gracias a Carmen Junco, quien fuera presidenta del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (Conarte), una de las personas más comprometidas en el ámbito de la conservación y rescate del patrimonio norestense. Acá la liga de Milenio Monterrey.

Fuente: «La zona sucia» http://www.lazonasucia.com/2018/03/26/leer-la-ciudad/

DE LA CASA #10: LA CARENTE MEMORIA DE LA OXIGENACIÓN PERDIDA / YM.

num10

Por Yolanda Morales

“Hace veinte años había en México menos polvo, menos política y no hacía tanto calor. ¡Con cuánta complacencia viene a la memoria de quienes aún no arribamos a la cuarentena el México de aquellos días! Una ciudad no tan grande, no tan populosa; bien que ya empezaba a serlo. Un no sé qué de intimidad todavía en las calles y en las gentes (…) Tal es el panorama espiritual que nos forjamos de la ciudad, volviendo los ojos al pasado (…)” [1]

Un pasado casi inmediato que enriquece nuestro acervo cultural, donde se nutre el espíritu y se respeta la trascendencia, recorriendo palmo a palmo las ahora asfaltadas calles de nuestra “Muy Noble y Leal Ciudad de México”, añorando algunas veces un pasado cuyo legado muestra imponente monumentos forjados a hierro y piedra, enmarcados de caoba y mármol, engalanados de óleo e impregnados de historias propias y ajenas, evocadoras de ese espíritu de un México que trabajaba en conjunto.

El tiempo

Permítanme llamarle “imponentes” a todos y cada uno de los inmuebles que albergan ambos perímetros del centro histórico, pues para mí no hay distingos, entre palacete e inmueble civil, no se confunda con restarle la inigualable diferencia e importancia que cada uno posee, sin embargo ambos existen por causas determinantes y de un equilibrio bastante obvio, al que denomino, arquitectura de co-relación.

La existencia de ambos, cuyos usos y desusos son tan palpables en estos lugares de convergencia social, como sus texturas, esa piel que continua respirando la energía de los que habitamos su contexto, impregnándose de poluciones cargadas de CO2, de “mugre”, ruido etc., y exhalando la ausencia en repetidas ocasiones de quienes ante la expropiación forzada o el deterioro paulatino, cuyo factor tiempo es un detonante radical, denota la pérdida en ocasiones, irremediable de lugares paradójicamente llenos de vida.

Y en un panorama urbano en el que abundan los autos y escasean los árboles, quienes en ese pasado casi idílico eran en todo momento incluidos en la proyección del arquitecto, autor de estos espacios, y que ahora son simples fantasmas, sombras de su mismo pasado, unas veces encadenados, otras ridiculizados, llenando los centros históricos irónicamente con vacíos de los que emana la precaria memoria y evidente desgano de la sociedad por continuar empleando esos fortísimos legados y hacerlos vivibles para el usuario “moderno” en lugar de buscar su anulación, para dar cabida a sitios itinerantes o de albergue a su medio de transporte.

En nuestro siglo plagado de tecnología, opciones, agilidad, ciencia, viajes espaciales etc, nos hemos auto-discapacitado confinando nuestra existencia a tan sólo 7.5 m2 (http://wp.me/p2O1XF-zY) donde nuestra vida discurre a través de las interminables horas, entrando en una especie de “automatic life” de casa-tráfico-oficina-tráfico-casa, inmersos en opulentos edificios en los que la rutinaria “vida” se escapa por las ventanas polarizadas, situados en conjuntos laborales en incremento, sin opciones cercanas de un distractor relajante en horas oportunas, la mayoría de estos centros de trabajo, al menos en el centro de la ciudad, están rodeados de inmuebles en deplorable estado, donde se incluyen contemporáneos e inmuebles históricos, que en lugar de habilitarse para usos dinámicos a su contexto y ritmo de vida, son parte de ese vacío del que ya nos acostumbramos, posteriormente al salir se comienzan las movilizaciones a remotos puntos de vivienda cada vez más reducida y que con suerte el comedor no se una al ½ baño.

Estas peregrinaciones modernas traen consigo desequilibrios en donde la precaria planeación urbana se hace evidente, y con ello las congestiones que degeneran aún más nuestro ambiente y la calidad de vida que nos merecemos. Actualmente hemos arrasado de a poco en poco con los recursos naturales existentes en esta vasta cuenca mexicana y que mantenían en balance nuestra supervivencia en ella, y llevándolo a esquemas más extensos en un equilibrio mundial (recuerden que todo tiene un causa-efecto), esa precaria memoria que ha optado por un crecimiento desmedido en la construcción, en lugar de reaprovechar los recursos existentes, ha traído consigo consecuencias bastante graves que con el paso de los años van siendo evidentes, por citar algunos, la descomunal extracción hídrica de nuestro manto freático (http://wp.me/p2O1XF-gI), cuyos efectos pueden apreciarse actualmente en las fachadas de los inmuebles tanto históricos como de los pertenecientes al funcionalismo, a esos hundimientos diferenciales se les suma la desaparición a ton y son de inmuebles catalogados o no por el simple hecho de ya no significar más que la sobre inversión (http://libreenelsur.mx/content/dice-dbj-que-permitio-destruccion-edificio-en-narvarte-catalogado-por-inba-porque-no) y los interminables trámites que ya una vez comentamos, pero qué me dirían si les comento que derrumbar un edificio contribuye a esa destrucción ambiental y la interminable polución de la que tu organismo también es consumidor no. 1.

La generación de residuos de Construcción y Demolición (en adelanteRCD) está íntimamente  ligada  a  la  actividad  del  sector  de  la construcción,  como consecuencia  de  la  demolición  de  edificaciones e infraestructuras que han quedado obsoletas, así como de la construcción de otras nuevas.

Se consideran residuos de construcción y demolición (en adelante RCDs) aquellos  que se generan en el entorno urbano y no se encuentran dentro de los comúnmente conocidos  como  Residuos  Sólidos Urbanos  (residuos  domiciliarios  y  comerciales, fundamentalmente),  ya  que  su composición  es  cuantitativa  y cualitativamente distinta. Se trata de residuos, básicamente inertes, constituidos  por: tierras y áridos mezclados, piedras,  restos de hormigón,  restos de pavimentos asfálticos, materiales refractarios, ladrillos,  cristal,  plásticos,  yesos,   ferrallas,  maderas   y,  en  general,
todos los desechos que se producen por el movimiento de tierras y construcción de edificaciones  nuevas  y  obras  de  infraestructura,  así  como  los  generados  por  la demolición o reparación de edificaciones antiguas.

El auge experimentado en este sector, ha implicado la generación de importantes cantidades  de  RCD,  los  cuáles,  debido  a  la  falta  de  planificación  para  una adecuada gestión final de los mismos, se han ido depositando en vertederos, en muchas ocasiones, de forma incontrolada.

Al realizar estos depósitos de RCD, no sólo se está perdiendo o desaprovechando energía y material potencialmente reutilizable, reciclable o valorizable, sino que además, se afecta de manera muy negativa al entorno.

El origen de los residuos de  construcción y demolición tal y  como  su nombre indica, provienen de la construcción y demolición de edificios e infraestructuras; rehabilitación y restauración de edificios y estructuras existentes; construcción de nuevos  edificios  y  estructuras;  así  como  de  la  producción  de  materiales  de construcción,  por  ejemplo  una  máquina  de  hacer  hormigón,  componentes  del  hormigón, artículos de madera, etc. [2]

El carácter peligroso de los RCD, puede deberse a causas diferentes debido a la composición de los materiales de cada inmueble derrumbado, restaurado y dejado en abandono, cada elemento desprende infinidad de sustancias que al paso de los años va comportándose de maneras diferentes, por ponerlo de una manera más simple, en nuestros centros históricos y la ciudad en general se almacenan sitios en descomposición, los cuales al derrumbarse producen una mayor cantidad de contaminantes y riesgos de salud ya que no son tratados de manera correcta para su desecho o reúso, que si diéramos la oportunidad de habilitar los espacios inertes y brindarle a la sociedad de sitios vivibles, útiles y bellos como dijera el buen Vitrubio. Y no sólo eso, si viéramos la restauración y habilitación de ellos como una verdadera inversión tanto ambiental como económica como lo han hecho ya los países europeos, nuestra merma económica no sería tan grave y se tendría un enorme crecimiento e impacto mundial. El mundo se está moviendo a nuestro alrededor mientras permanecemos impávidos ante teorías y postulados que en la mayoría su interpretación ha generado enormes congeladoras de piedra.

Separar para reciclar. Los restos  generados  en derribos, demoliciones  y  obras de reforma no son los mismos en todos los casos, pero, en general, contienen más del 70% de materiales inertes, de origen mineral, que pueden reciclarse como áridos para distintos  usos.  Lo  ideal,  y  en  algunas  grandes  obras  se  hace,  es  efectuar  una separación  y  selección  previa  de  los  materiales  de  desecho,  apartando,  para  un posterior  tratamiento  en  plantas  de  valoración  y/o  recuperación,  los  restos  más inocuos (papel y cartón, madera, hierro, aluminio y otros metales, cristal, etc…) y los tóxicos  y peligrosos (barnices, material aislante, pinturas, minerales pesados,disolventes…), que aunque son una parte mínima hay que segregar y tratar con sumo cuidado  en instalaciones  adecuadas. En las obras nuevas  se genera un porcentaje mayor  de  materiales  no  minerales  (envases  y  embalajes)  y  especiales  (plásticos, pinturas,  disolventes,  siliconas…),  que  complican  y  encarecen  los  procesos  de separación.  Un  proceso  que  raramente  se  da  en  origen  en  las  pequeñas,  pero frecuentísimas,  obras  de  reparación,  rehabilitación,  reforma  o  mantenimiento  de edificios  y  locales  (no  hay  más  que  reparar  en  el  contenido  de  los  miles  de contenedores asentados en nuestras  calles),  cuyos residuos  suelen acabar, hoy por hoy, en vertederos de todo tipo.

Por qué no ver también la oportunidad de aplicar las tres “R” en este medio de la construcción, de reaprovechar lo existente e impulsar una nueva manera de crear sin destruir, qué tal si la nueva Carta de Atenas impulsara la imperante necesidad de proteger, nuestra NECESIDAD ineludible de RESPIRAR y no carecer de memoria en que algún día el terreno se nos terminará y no todos podremos salir huyendo a marte./

Notas:

[1] Fragmento del prólogo escrito por Carlos González Peña, para el libro “Las Calles de México” de Luis González Obregón. Año 2000

[2] Introducción de investigación para MASTER INGENIERÍA AMBIENTAL 2006‐07 Titulado: RESIDUOS DE CONSTRUCCIÓN Y DEMOLICIÓN (http://www.uhu.es/emilio.romero/docencia/Residuos%20Construccion.pdf)

___

ArKeopatías opera bajo una licencia Creative Commons, Atribución-NoComercial 2.5 México, por lo que agradecemos citar la fuente de este artículo como: Proyecto ArKeopatías./ “Textos de la casa #10″. México 2014. https://arkeopatias.wordpress.com/ en línea (fecha de consulta).