#LasPrestadas: Tláloc no quiere a los arqueólogos.

Por: Pablo Ferri

Roberto Junco recuerda aquella vez en que la comisión de pueblos indígenas del Estado de México acusó a su equipo de “romper el orden cósmico”. Era el año 2009. La subdivisión de arqueología subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el INAH, buscaba restos de rituales prehispánicos en una de las lagunas del Nevado de Toluca. Roberto y sus buzos rastrearon las aguas y encontraron, entre otras piezas, un cetro de madera. Se lo llevaron. Más tarde sabrían que databa del año 1200 o 1300. “Era un cosa rarísima, muy valiosa”, dice Junco. Los arqueólogos lo catalogaron y meses más tarde se enteraron de la afrenta: no habían pedido permiso a la montaña.

“La comisión indígena nos convocó a una reunión con mis jefes para solucionar el asunto”, cuenta Junco. Fueron, claro. El Nevado de Toluca, un volcán inactivo a dos horas de la Ciudad de México, es un lugar sagrado para los pueblos que lo rodean. Las lagunas que hay dentro del cráter también lo son. Desde entonces los científicos suelen rendir pleitesía a los dioses antes de empezar cualquier trabajo.

Hace unos días, Junco y un grupo de arqueólogos viajaron a otro volcán, el Iztaccíhuatl, para recuperar restos de ofrendas de hace más de mil años. A las 5 de la mañana del jueves 3 de noviembre, Iris Hernández, encargada de la expedición, coordinaba los últimos preparativos antes de salir. Los bultos en las camionetas, los puntos de encuentro, claros.

El equipo iniciaba así la primera gira en 30 años a un enclave especial, los llanos y la laguna de Nahualac, desde donde se ve con todo detalle la cima del Iztaccíhuatl cubierta de nieve y también, algo más lejos, entre los árboles, el cráter de su amante, el Popocatépetl.

Iris Hernández explica que el interés de la expedición es “entender el significado ritual de ambos sitios –los llanos y la laguna–, la temporalidad –en qué momento se usó–, por quiénes y con qué fin”. De entrada, añade, “hay mucha diferencia entre el llano y la laguna”. El llano es un espacio abierto, de cara al volcán. Antiguamente desde ahí se veían los dos volcanes. Por eso asumen que era un lugar idóneo para las ofrendas. Los árboles que han crecido desde entonces dificultan la visión del Popo.

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El caso de la laguna parece más complejo y a la vez, excitante. Nahualac, vocablo náhuatl, significa “el arroyo de los nahuales”. O manantial. Stanislaw Iwanizsewski, veterano arqueólogo polaco, explica que los nahuales son “entidades anímicas”, como duendes traviesos que campan a su antojo por el volcán. Dentro de la laguna quedan los restos de una estructura prehispánica, como las paredes derruidas de un cuarto de diez metros de lado. Alrededor de la estructura, los investigadores ya conocían la existencia de nueve montículos de piedra. Pero, ¿qué tipo de estructura fue? ¿Para qué servía?

Iwanizsewski piensa que era el templo que un chamán había consagrado a la montaña, a una de las entidades “anímicas” que la habitan, una importante. El polaco se decanta por Tláloc, una de las deidades con mayor presencia en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, el dios de la lluvia. De hecho, dice el experto, “si alargamos el templo de Nahualac hacia el poniente muestra la puesta de sol el 3 de mayo sobre el volcán”. La fecha es representativa pues simboliza el inicio de la temporada de lluvias. Iwanizsewski dice incluso que los antiguos pudieron pensar que la laguna era la puerta de entrada al mítico Tlalocán, el país de Tlaloc. “Hay un códice”, cuenta, “que menciona que Tlalocán está ubicado en el mismo cielo que Metztli, La luna. Y todo se refleja muy bonito en el estanque cuando sale La Luna”.

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La mitología de los pueblos mesoamericanos comprendía la existencia de 13 cielos y nueve infiernos. La Tierra separa unos de otros. En el supramundo, cada cielo es la casa de una entidad: La Luna, el Sol, las estrellas. Es en el primero donde coinciden Tláloc y el astro terrestre.

Los montículos representarían elementos del paisaje –otras montañas– o, quizá, entidades anímicas menores: nahuales. Imaginar rituales chamánicos de hace mil años es una cuestión de fé. ¿En qué pensaban los presentes? ¿En grandes dioses y duendes traviesos, en la luna saltando como un conejo por el cielo? Sin duda esos rituales debieron ser en parte terribles. En su Historia de la Indias de Nueva España, fray Diego Durán escribió que en las fiestas que dedicaban a la señora Iztaccíhuatl, vestían elegantemente a dos niños y dos niñas y luego, en la montaña, los sacrificaban.

En todo caso, los vestigios del estanque son únicos. No hay otra igual sobre un espejo de agua en México. ¿Estaremos a las puertas de descubrir la entrada a uno de los míticos cielos mexicas, el cielo de La Luna? ¿El soportal de Tlalocán?

La expedición paró en Amecameca, un pueblo cercano al volcán en el Estado de México. Iris quería pedir apoyo a la policía estatal. Por lo que cuenta la gente de la zona, la montaña se ha vuelto tan insegura como las calles del pueblo. Ha habido asaltos, violaciones y robos de todo tipo. Entre 20 y 30 arqueólogos acamparían a 4.000 metros durante diez días. Policías armados de fusiles asegurarían su estancia.

La segunda y última parada antes de llegar a Nahualac fue el pueblo de San Rafael, hogar de graniceros y tiemperos. Los chamanes más prestigiosos de la región tienen ahí su casa. Para evitar problemas con el orden cósmico, la expedición prepararía una ofrenda gigantesca a la orilla de la laguna antes de empezar a trabajar.

No deja de ser curioso que un grupo de los científicos, académicos y estudiosos más preparados de México inicien sus trabajos pidiendo permiso a Dios y a los volcanes. Ricardo Cabrera, antropólogo físico, opina que los científicos en México son así, “abonados al pensamiento científico y al mágico”. Roberto Junco añade que “siempre tienes que pedir algo, que no haya accidentes”. Salvador Estrada, de la Subdirección Arqueología Subacuática del INAH, decía que es “por respeto a la gente” e Iris parece de acuerdo: “este lugar tiene ánima, la gente venía por algún motivo y estamos sacando algo que la gente quería que se quedara acá”. Iwanizsewski concluye que “estos rituales les sirven a los pobladores para mostrar cariño y respeto por estos lugares”.

La camioneta de los graniceros se incorporó a la expedición del INAH camino a la montaña. Les acompañaba Margarita Loera, veterana historiadora del instituto de antropología. Loera es experta en este tipo de rituales. Gran conocedora de la vida y la obra de Sor Juan Inés De la Cruz, la historiadora explica el proceso por el que los graniceros deciden el contenido de la ofrenda. “Ellos tienen sueños y depende de lo que sueñen, deciden. Esta vez el maestro pidió miel. Es normal por esta época, después de las lluvias. La miel es el agua de estos días”.

La caravana de vehículos tardó dos horas en subir la falda del volcán. Además del material de la expedición, las camionetas cargaban ahora con el contenido de la ofrenda: decenas de litros de miel, kilos de cempasúchil naranja y amarillo, terciopelos morados, mole con pollo, frutas, mezcal, pulque… Todo un homenaje gastronómico que acabaría bajo tierra días después.

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Para iniciarte como granicero tiene que caerte un rayo encima. O si no, llevarlo en la sangre, “tener linaje”, como dice Margarita Loera. Al maestro Gerardo le cayeron dos rayos. No encima, justo al lado. Además, tenía linaje. Gerardo fue el encargado de dirigir la ofrenda en Nahualac.

El ritual empezó a las cuatro de la tarde. Gerardo intercedió por los investigadores ante Dios, la virgen, la señora Iztaccíhuatl y el señor Popocatépetl. Todos rezaron un padre nuestro. Gerardo, sus ayudantes y los arqueólogos instalaron la ofrenda junto a la laguna. Luego la bendijeron con un cáliz lleno de copal ardiendo. Los arqueólogos la dejarían junto a la laguna hasta que concluyeran sus trabajos. Luego la enterrarían.

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A eso de las cinco bajaron todos, los trabajos empezarían al día siguiente. Luego empezó a llover y lo hizo durante horas. Parecía que la ofrenda no había generado los efectos deseados: Tláloc mandó un diluvió que obligó a Gerardo a hacer otra ofrenda cuando él y los suyos volvieron a San Rafael.

El día siguiente amaneció soleado. Los arqueólogos delimitaron una zanja para empezar a cavar y trabajaron hasta la hora de comer. La lluvia amenazaba de nuevo. Esa semana llovió y granizó casi todos los días, algo raro en el inicio de la temporada seca. Además, sufrieron heladas. “Las condiciones fueron muy duras”, contaba Iris Hernández este miércoles, ya desde casa.

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Los arqueólogos resistieron hasta el 13 de noviembre. El maestro granicero hubo de interceder una tercera vez ante Dios, la virgen y los volcanes. Iris decía el miércoles que aún no ha hablado con él, pero que tiene ganas de hacerlo. Han pasado cosas muy raras en la montaña. “Hubo temas con la ofrenda”, dice, “porque cuando las velas estaban apagadas, llovía y cuando las encendíamos, dejaba de llover”.

En cuanto a la laguna, el misterio continúa. Ha caído tanta agua este año que en noviembre continúa anegada. El próximo abril, antes de que empiecen de nuevo las lluvias, los arqueólogos volverán con un georradar, como el sonar de un barco. Tecnología punta en busca del mítico Tlalocán.

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Fuente: Periódico El País [Consultado el 11 de noviembre del 2016].

DE LA CASA #18: ¿QUIÉN ES NAIA? / GAD.

num18

Por Gustavo Díaz

En 2013, tuve el placer de conversar a propósito de un ciclo de documentales con la doctora Pilar Luna Erreguerena, titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia y coordinadora de los proyectos de investigación llevados por este organismo federal en las profundidades de los ríos, mares, lagunas y cenotes del territorio mexicano.

En esta plática, abordábamos la importancia que juegan los pescadores y los buzos dentro del plano de la investigación científica, así como del gran trabajo hecho durante las últimas temporadas de campo dentro en los sitios: Galeón de Manila, Banco Chinchorro, barco Juncal, cuevas y cenotes.

Recuerdo bien que la investigadora insistía en la importancia de no tocar los objetos encontrados en las profundidades marítimas, ya que los rastros de polen o el sedimento más delgado que recubre un cráneo, son factores importantes que aportan de manera directa información arqueológica del sitio u objeto.

Hoy día, nuevamente ha venido a mi mente esta conversación, pues la doctora Erreguerena me hablaba de “Naia”, un hallazgo localizado en mayo de 2007 en un sitio conocido como Hoyo Negro en Quintana Roo y que estaba siendo analizado por un equipo interdisciplinario con el propósito de obtener datos más precisos sobre su ADN, Carbono 14 y Uranio/Torio.

El viernes pasado, varios diarios importantes como: The New York Times y The Washington Post, hicieron referencia a este hallazgo monumental del INAH y la noticia inmediatamente le dio la vuelta al mundo, pues Naia: (Es el esqueleto más primitivo encontrado en el sureste mexicano y corresponde a una joven de 1.47 metros de altura sumergida a cuarenta metros bajo el nivel del mar).

Naia científicamente ha sido fechada para 13,000 – 12,000 años de antigüedad, y los estudios de ADN mitocondrial la han confirmado como uno de los primeros testimonios de vida humana dentro del continente americano, más antigua incluso que el hombre de Tepexpan fechado para 4,000 años, la Mujer de las Palmas entre 10,000- 12,000 años, el Hombre de Tlapacoya entre 12,150-11,619 y la Mujer del Peñón entre 12,500.

Por ello, Naia para mí es el gran premio al trabajo hecho por esta subdirección del INAH desde 2007, porque para toda la investigación, la Doctora Erreguerena se ha valido del apoyo de grandes estudiosos como el antropólogo y paleontólogo: James Chatters, de los arqueólogos: Dominique Rissolo, Alberto Nava, Adriana Velázquez y Roberto Chávez, así como de otros organismos de investigación como: National Geographic Society, el Instituto Waitt, el Archaeological Institute of America y la National Science Foundation, todos con el fin de confirmar el último periodo de glaciación en América y ratificar la idea de una migración al sur por parte de grupos cazadores y recolectores provenientes de Asia que llegaron a esta región a través de lo que hoy se conoce como el estrecho de Bering.

Lo más interesante de esta investigación, son los datos nuevos que a futuro pueden ser plasmados en los libros de texto en las escuelas, así como el imaginario escénico de los buzos y arqueólogos al momento de ingresar a estos lugares, la adrenalina y el misterio que implica la inspección en este tipo de sitios y lo fascinante que es la contribución histórica en el cuidado y preservación del patrimonio natural.

Además de Naia, estas exploraciones han permitido también el descubierto de veintiseis mamíferos correspondientes a once especies del Pleistoceno Tardío como: tigre dientes de sable, perezoso de tierra, gonfoterio, cerdo de monte, tapir gigante, coatí, oso, puma, lince, coyote y murciélago; especies que dan cuenta del trabajo aventurero y profesional hecho por los espeleobuzos: Alejandro Álvarez, Alberto Nava y Franco Attolini.

Es por todo esto, que reconozco y aplaudo el gran trabajo de la doctora Erreguerena dentro de la Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH, pues ella además de ser maestra, sigue vinculada al mar y si por ella fuera: entraría directamente a realizar el trabajo “In situ” de los objetos encontrados dentro de estas cavernas.

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Penosamente, la tarea de la investigación en las profundidades marítimas todavía tiene mucho que mejorar, pues necesitamos más profesionistas mexicanos, ya que este trabajo hecho en Quintana Roo, debe de ser punta de lanza para retomar otros proyectos de campo como los que están pendientes en las lagunas del sol y la luna en el nevado de Toluca y el rescate cultural del lago de Texcoco, sitio que durante mucho tiempo sirvió como embarcadero y ruta comercial entre los pueblos de la cuenca de México.

Naia indudablemente, seguirá estando en plano mundial de la visión científica, pero es necesario que en el gremio mexicano se comprenda la importancia de la creación de un posgrado de arqueología subacuática y la participación constante de disciplinas como: la restauración y la conservación, ya que la inmersión de estos especialistas en los proyectos de investigación subacuática, ayudarán a tratar de mejor manera los elementos hallados en las profundidades, pues la eliminación de sales, el secado de materiales inorgánicos y la limpieza química (Si es necesaria), sólo puede ser hecha por gente experta y no debe ser dejada únicamente al plano del quehacer arqueológico.

La misión del INAH de preparar gente realmente comprometida en la navegación, el buceo técnico y la arqueología parece ser una tarea larga y bastante pesada, pero es realmente gratificante cuando se destapan tesoros como Naia por alumnos y maestros favorecidos con el trabajo de los informantes de la propia comunidad, así como el privilegio de enseñar de manera indirecta el respeto por el pasado y eludir de manera global el saqueo material del área natural en la que se habita, espacios de desarrollo sustentable y estudios pragmáticos que seguramente servirán de enlace para los académicos dedicados al estudio del mar en las generaciones venideras.

Les compartimos aquí, dos segmentos de una entrevista con Pilar Luna Erreguerena, y aunque no habla de NAIA propiamente, explica bien cómo y cuándo surge esta disciplina en México.

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ArKeopatías opera bajo una licencia Creative Commons, Atribución-NoComercial 2.5 México, por lo que agradecemos citar la fuente de este artículo como: Proyecto ArKeopatías./ “Textos de la casa #18″. México 2014. https://arkeopatias.wordpress.com/ en línea (fecha de consulta).

El gobierno británico contrata «cazatesoros» para recuperar su patrimonio.

El reputado arqueólogo y parlamentario británico exige al Gobierno de Londres explicaciones por sus tratos con cazatesoros.

El 5 de octubre de 1744, la tormenta en el canal de la Mancha llevó a pique al navío inglés HMS «Victory» a unos 80 kilómetros al sureste de Plymouth. Era el predecesor directo de la nave del mismo nombre que sería el buque insignia del Almirante Nelson en la batalla de Trafalgar. Y fue el último buque de la Armada de Su Majestad con baterías de cañones de bronce en irse al fondo del mar. Los robots de Odyssey Marine Exploration, la empresa de «cazatesoros» estadounidense responsable del intento de expolio de la fragata española «Mercedes », localizaron el «Victory» en 2008.

Sus actividades en el pecio desde entonces preocupan a la comunidad de arqueólogos británicos, que han repudiado públicamente los vínculos contractuales que, desde hace una década, le unen con el Ministerio de Defensa. Lord Colin Renfrew es un prestigioso arqueólogo de la Universidad de Cambridge y presidente del grupo multipartito sobre Arqueología de la Cámara de los Lores.

En mayo, lanzó una batería de preguntas al Gobierno, preocupado especialmente por la autorización a Odyssey a recuperar dos de los cien cañones de bronce del «Victory», que fueron vendidos por 50.000 libras (61.000 euros) al Museo Nacional de la Marina Real.

«Suena a que un museo nacional está pagando a una empresa privada por unos cañones que son, de hecho, propiedad del Estado», explica en una entrevista con ABC, recién llegado de realizar excavaciones en la isla de Keros, en las Cícladas griegas.

—¿Por qué los Gobiernos externalizan la gestión del patrimonio subacuático a empresas privadas como Odyssey, por falta de recursos?

—Aunque pueda resultar sorprendente, suele ser una cuestión de ignorancia. El asunto del descubrimiento del HMS «Victory» llegó a la Armada, que forma parte del Ministerio de Defensa, y fueron muy lentos en consultar al Ministerio de Cultura y Patrimonio. A menudo, asuntos relacionados con el patrimonio no son identificados como tales de forma inmediata. Uno pensaría que un hallazgo como el del «Victory», hundido en 1744, sería reconocido rápidamente como tal, aunque solo sea por tener el mismo nombre del que sería más tarde buque insignia del almirante Nelson. Creo que la Armada ha gestionado este asunto de forma poco profesional desde un punto de vista cultural. Han tardado en crear un comité asesor y no han acudido debidamente a especialistas en patrimonio subacuático. Ahora aseguran que no autorizarán nuevas interferencias en el pecio sin el consentimiento de ese comité de expertos.

—¿Se lo cree?

—La cuestión más amplia es el papel de la Marine Heritage Foundation, a la que el Gobierno, de forma sorprendente e inesperada, cedió la gestión del pecio, con algunas salvaguardas. La Maritime Heritage Foundation no está actuando según los principios de la convención de la Unesco para la protección del patrimonio subacuático de 2001, que el Ministerio de Defensa asegura querer cumplir. Y en el meollo de la cuestión estarían las relaciones de esta dudosa fundación con Odyssey.

—¿Por qué aparecen?

—La fundación, que carece de medios para la exploración, les contrata. Según me dicen, el presidente de Odyssey [Mark Gordon] enunció de forma muy clara durante una reunión a finales de septiembre su perspectiva de recuperar monedas de oro del «Victory» por valor de 250 millones de dólares, una carga que, por supuesto, quiere vender. Según sus cálculos, el valor del oro del buque rondaría en realidad los 1.000 millones de dólares. Su intención, en todo caso, es recuperar esas monedas y comercializarlas, algo totalmente contrario a la convención de la Unesco y a las declaraciones del Gobierno sobre este buque.

—¿Qué es la Marine Heritage Foundation?

—Es una fundación tan dudosa como desconocida, y que el Gobierno les haya transferido la gestión del pecio del «Victory» es alucinante. Fue creada por Lord Ringfield [especialista en educación y miembro vitalicio de la Cámara de los Lores] con este objetivo, pero está envuelta en misterio. Todo este asunto discurre de forma demasiado opaca.

—Es un escándalo, ¿no?

—La gota no ha colmado el vaso aún. El Ministerio de Defensa no es consciente del lío en el que se ha metido. Y no se dan cuenta del conflicto de intereses que existe entre su obligación de recuperar la carga del buque para su análisis y conservación y las intenciones de Odyssey, que asegura a sus accionistas haber adquirido algún tipo de derecho para explotar comercialmente la carga del «Victory». Pronto estallará ese conflicto y se generará un gran escándalo.

—¿Se deben limitar las actividades de estos cazatesoros?

—La responsabilidad es del Gobierno británico, que es quien invita a Odyssey o a la fundación a jugar un papel. El Reino Unido, que no es firmante de la convención de 2001, ha declarado formalmente que reconoce las obligaciones del anexo, que prohíbe la explotación comercial del patrimonio subacuático. Un objetivo incompatible con autorizar la comercialización de la carga a una empresa privada.

—En el caso de la «Mercedes» también fue el Ministerio de Exteriores español quien invitó a Odyssey a explorar. ¿Qué deberían hacer los Gobiernos?

—Es sorprendente que el Gobierno británico, y quizás el español también, no se sienten a debatir qué deben hacer con casos como estos para asegurarse de que se realiza una gestión correcta del patrimonio. En el Gobierno británico, este debate tiene lugar dentro del Ministerio de Defensa y lo protagonizan personas que, en mi o pinión, no saben de lo que hablan.

—¿Cómo definiría el papel de empresas como Odyssey?

—Es muy importante entender que el patrimonio histórico subacuático es una parte esencial del patrimonio de la Humanidad, del que tenemos mucho que aprender. El hallazgo del pecio prehistórico de Uluburun, al suroeste de Turquía, en 1982, permitió escribir capítulos nuevos del pasado marino de la Humanidad. Por supuesto, nadie ha hablado de vender parte de ese patrimonio. Sin embargo, los avances tecnológicos permiten ahora encontrar pecios en aguas más profundas y, desafortunadamente, no son los Gobiernos quienes han asumido la tarea de conservar ese patrimonio y explotarlo mediante la construcción de museos. El hueco lo ha ocupado Odyssey, que dispone de capacidades tecnológicas muy avanzadas, guiada claramente por un afán comercial. Tienen asesores arqueológicos competentes, pero entra en colisión directa con la convención de la Unesco. Odyssey quiere que le paguen por sus exploraciones y, obviamente, una forma de pagarles es vendiendo parte de lo recuperado.

vía ABC.es.

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Fuente: http://paleorama.wordpress.com/2012/10/24/el-gobierno-britanico-contrata-cazatesoros-para-recuperar-su-patrimonio/

Arqueología Bajo el Agua

INVITACIÓN A PUBLICAR

Por: ArKeopatías

CONVOCATORIA

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