DE LA CASA #138: TESTIFEROS Y AHUAQUES, GUARDIANES DEL AGUA EN LA SIERRA DE TEXCOCO / IKGC.

Por Ivan Kevin Gil Cruz

El territorio serrano de Texcoco está compuesto por las comunidades de San Jerónimo Amanalco, Santa María Tecuanulco, Santa Catarina del Monte y San Pablo Ixayoc. Además de los cerros Tlaloc, Tlamacas y Tezcutzingo, donde abundan los arroyos y manantiales que suministran de agua potable a los pobladores de Texcoco, Tepetlaoxtoc y San Miguel Tlaixpan.

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En la sierra existe un mundo extrasensorial, que algunas veces puede ser difícil de comprender, entender y aprender por la mayoría de los investigadores sociales, pero, hay personas que viven de forma cotidiana experiencias mágicas como atraer a las nubes, para otorgar lluvia en la tierra y de esta manera tener campos de cultivo abundantes y prósperos en la época de cosecha.

De acuerdo con las fuentes los Testiferos son humanos que nacieron con dones, para sanar o en algunos casos, para dañar. Son expertos ritualistas, que dedican parte de su vida a intermediar entre el mundo de los Ahuaques y el de los humanos, para aliviar enfermedades y propiciar una temporada de cultivo prospera. Resulta interesante como, a partir de un ritual de ofrendas con flores, semillas, licor, velas, humo de tabaco y oración estas personas tienen el poder de hacer llover e incluso de evitar cualquier tipo de tempestad en los cultivos, por ejemplo, que caigan heladas o granizadas.

Ahora bien, los seres llamados Ahuaques habitan en las fuentes de agua de la sierra y de acuerdo al trabajo etnográfico realizado por David Lorente (1996), pueden enfermar de locura hasta la muerte, a quienes no respetan los arroyos, manantiales y en general al medio ambiente son de aspecto pequeño, suelen tener género, jerarquía social e incluso religión. Bajo estas circunstancias los Testiferos tienen la cura, para sanar la locura que producen los guardianes de la sierra texcocana, mediante rituales de ofrenda en las fuentes de agua, (manantiales, arroyos, ojos de agua, etc.) recuperan la salud del convaleciente. Pero no todo sucede así de sencillo atrévanse a descubrir el mundo mágico de los Testiferos y Ahuaques en la sierra de Texcoco.

De acuerdo, con las narraciones (David Lorente, 1996) en San Jerónimo Amanalco los Ahuaques tienen una personalidad traviesa, burlona e inclusive ambiciosa ya que son capaces de apropiarse del alma de aquellos humanos irrespetuosos del medio ambiente. Estos seres, que para la mayoría de nosotros no son visibles tienen la función principal de proteger, resguardar, cuidar y preservar las fuentes de agua (manantiales, arroyos, ojos de agua, etc.), en los cerros y/o las montañas.

Sin embargo, la apropiación del alma también se puede dar por motivos egoístas de los Ahuaques, porque de acuerdo con las narraciones de Don Cruz había una mujer de aproximadamente 35 años, que solía lavar su cabello en el río de San Jerónimo Amanalco, varios meses después esta mujer comenzó a realizar actos inconscientes como desnudarse en público, deambular por el bosque de noche y sola, conversar o discutir con el aire, etc.

Don Cruz nos comenta, que los Ahuaques le robaron su alma, para convertirla en la reina de su territorio algo sumamente interesante, porque estamos en presencia de una sociedad que tiene una jerarquía social establecida. Lamentablemente la familia de la joven no pidió auxilio de un Testifero y la mujer falleció al año siguiente con un dictamen clínico que señalaba un derrame cerebral.

¿Quiénes son los Testiferos? Son hombres o mujeres que nacieron con los poderes de controlar el clima, pero, también se pueden comunicar con los Ahuaques, con el fin de reincorporar el alma, de esta manera la persona afectada solicita la ayuda del Testifero llevándole una ofrenda o pago, que puede ser dinero, algún animal (borrego, puerco, guajolote, gallina, gallo, cabra y/o caballo), costales de semillas, maíz, frijol, calabaza, alverjón, etc. o alguna cosa de valor. Así el especialista meteorológico se dirige, a la fuente de agua donde se cometió la ofensa, para recuperar el alma por medio de un ritual.

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El Testifero y la persona sin alma se presentan ante los Ahuaques con ofrendas de flores (endémicas de la región), semillas (maíz, frijol, cacao, etc.), 3 velas o veladoras, humo de tabaco, la imagen del Ángel San Miguel, platos, vasos y ollas de juguete con dulces que pueden ser amaranto, cocadas, tamarindos, etc. se lleva licor (pulque o mezcal), ramas de pirul, huevos de gallina y al despojado de su alma arrepentido.

Todos los elementos se ofrendan por el Testifero entre rezos, oraciones y cantos en lengua náhuatl hacia los Ahuaques procurando seguir un orden que solo el sabio del tiempo conoce. La persona sin alma debe rogar el perdón a los Ahuaques cuando el Testifero se lo indique, de esta manera la negociación del alma implica varios elementos:

1) El sabio del tiempo o Testifero ofrenda: flores, semillas, fuego, licor, dulces y tabaco a los Ahuaques en los espacios sagrados donde habitan (de preferencia donde la persona perdió el alma).

2) La persona sin alma arrepentida y de corazón les ruega el perdón a estos duendes del bosque mientras el Testifero le realiza una limpia a su campo energético.

3) Cuando se termina el ritual de sanación se lleva a la persona ya con alma al hogar, para que allí retome fuerzas, para continuar con su vida.

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De esta manera, el Testifero recupera el alma de los afectados, sin embargo, los tiempos cambian y en pleno 2019 es muy difícil conocer personas que posean este tipo de habilidades. Estamos viviendo una época donde el pensamiento occidental arrasa con la cosmovisión de los guardianes de la sierra de Texcoco.

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Bibliografía:

Broda, Johana. Ritos mexicas en los cerros de la cuenca: los sacrificios de niños, en Joanna Broda y Arturo Montero (coords.). La montaña en el paisaje ritual. INAH-CONACULTA. México pp. 295-317, 2001.

Lorente y Fernández, David. La Razzia Cósmica una concepción nahua sobre el clima del agua y graniceros en la sierra de Texcoco, editorial Publicaciones de la Casa Chata, CIESAS y Universidad Iberoamericana. Impreso en México, 2011.

López Austin, Alfredo. Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, UNAM/IIA, 2 vols. México, 1996.

Palerm, Ángel y Erick Wolf. Agricultura y civilización en Mesoamérica, SEP Setentas. México, 1972.

Vigliani, Silvina y Roberto Junco. Bajo el volcán. Vida ritual en torno el Nevado de Toluca. INAH. México, 2013.

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Sobre el autor: (Texcoco de Mora, Edo. Méx. – 1993) Arqueólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), con experiencia profesional en: Excavación en Teotihuacán, realizada por el arqueólogo Rubén Cabrera, en 2014. Reconocimiento de superficies en Copalita, Huatulco, Oaxaca por el arqueólogo Raúl Matadamas, en el año 2015. Excavación en Tezontepec, Hidalgo, por el arqueólogo Eduardo Ambrosio, en 2016. Excavación en el Templo Mayor, a cargo del doctor Leonardo López Luján, en el año 2017. Es asesor de viajes y guía turístico, en la Agencia: Ollin Machtia, desde el año 2018. Contacto: nahui.ollin2018@gmail.com

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Fotografías: Monte Tláloc. Autor: Ivan Kevin Gil Cruz

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DE LA CASA #126: AMORES PREHISPÁNICOS Y RESISTENCIA SOCIAL: RESIGNIFICACIÓN DE LA ZONA ARQUEOLÓGICA DE TEPETZINGO Y HUAUTEPEC, ATENCO / ESS.

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Por: Ernesto Sánchez Sánchez

Los pequeños cerros de Tepetzinco y Huautepec (a veces llamado Coatepec), ubicados en el municipio de Atenco, han sido revalorizados tras las circunstancias relacionadas a la construcción de un aeropuerto en la zona (2001) y en el lecho del lago de Texcoco (2014). El conflicto por la construcción de un nuevo aeropuerto para la Ciudad de México ha necesitado la creación de símbolos de cohesión entre quienes defienden su cancelación, lo que explica el renacido interés local en conservar los vestigios arqueológicos que contienen.

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Las elevaciones tienen una altura de entre 9 y 13 metros, son de origen volcánico y se encuentran dentro de lo que fuera la planicie lacustre de Texcoco. Están en terrenos pertenecientes a los ejidos de San Cristóbal Nexquipayac y San Salvador Atenco. El conjunto está formado por los dos cerros y un montículo menor ubicado al sur de Huautepec, todos se comunican por calzadas (Fournier, 2006), diques (Cruces, 2014) o acueductos/diques (Manzanilla y Pacheco, 1997). Miden 2.50 metros de ancho y de 1.50 a 2 de profundidad, hechos de tierra y tezontle recubiertos por gruesas capas de estuco, similares a las estructuras que se pueden apreciar en los sistemas hidráulicos prehispánicos de la montaña de Texcoco. El lugar se conecta con el poblado de Nexquipayac mediante una calzada que se extiende, al menos, hasta el poblado de Santa Isabel Ixtapan (Coronel, 2016).

En Tepetzinco y Huautepec, además de los restos de una estructura cuadrangular en sus cimas, se encuentran petrograbados antropomorfos y geométricos, que quizá estén ligados a la observación astronómica y el culto al agua. En Huautepec existe además una talla que el imaginario popular ha denominado “Trono de Nezahualcóyotl”, sin embargo, más que el asiento del señor de Texcoco podría ser un punto de control del tráfico de navegación (Manzanilla et al., 2016).

Recorridos de superficie han encontrado cerámica del epiclásico y el posclásico (Parsons, 2008) aunque existe la posibilidad de ocupaciones más antiguas, esto basado en petrograbados (Manzanilla et al., 2016). Pasada la conquista del centro de México, el sitio se siguió utilizando, fundándose el poblado de San Francisco Tepetzinco, cuya existencia fue breve. Según testimonios del siglo XX, los terrenos adyacentes fueron de labor y recreación para la población local.

Los hechos relacionados a Nezahualcóyotl, señor de Texcoco, durante la época prehispánica fueron los que construyeron la importancia del sitio a través del tiempo. Las crónicas de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl hacen mención del lugar en tres ocasiones: para incluirlo en la lista de los palacios, recreaciones o jardines de Nezahualcóyotl; para mencionar que ahí fue donde Hernando Ixtlilxóchitl decide entregar a su hermano Cacamatzin a los españoles tras saber sus intenciones de liberar a Moctezuma Xocoyotzin; y para mencionar los amores de Nezahualcóyotl, que es el episodio al que más detalles dedica. Nos dice que tras una visita al señor de Tepexpan y ver a su esposa (Azcalxochitl), el señor de Texcoco quedó perdidamente enamorado de ella, pero no podía consumar su amor por ser la mujer de un buen amigo (según las fuentes históricas, Cuacuahtzin, el señor de Tepexpan, tenía gustos similares a los de Nezahualcóyotl), esta situación lo ofuscó al grado de urdir un plan donde mandaría a su amigo a una batalla de la que no regresaría, dejando viuda a su mujer. Sin ese obstáculo, decidió cortejar a Azcalxochitl y le indicó que siguiera, por una calzada, la peregrinación que acompañaba el traslado hacia Tepetzinco de una gran piedra que se encontraba en el cerro de Chiconautla, así nadie sospecharía que Nezahualcóyotl la estaría esperando.

En este relato se aprecia un paralelismo con la historia bíblica del rey David (Velazco, 1999), lo que hace pensar que fue una de las licencias poéticas de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl para agradar a oídos españoles, sin embargo, el corpus de las descripciones concuerda en general con los datos arqueológicos y aporta información sobre su contexto.

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El otro episodio que ha marcado el lugar es reciente y por lo tanto se desconoce sus alcances en la memoria colectiva, pero hasta el momento se mantiene vigente. Los conflictos por la construcción de un nuevo aeropuerto para la Ciudad de México han modificado el sentido y uso de la zona, Tepetzinco y Huautepec sirven a las personas opositoras del aeropuerto como punto de observación y vigilancia para proteger su territorio, resguardo ante los enfrentamientos físicos y centro de divulgación (Romanetti, 2016). Para esto último se realiza desde el año 2013 una ceremonia en el marco del movimiento solar hacía el cénit, donde una mezcla de grupos de mexicanidad, de oposición al aeropuerto y turistas, conviven tejiendo el puente entre su significado simbólico como parte de las antiguas posesiones de un gobernante justo y su búsqueda de justicia en la actualidad.

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Bibliografía

Alva Ixtlilxóchitl, Fernando de. Obras Históricas. Instituto de Investigaciones Históricas UNAM. México, 1997.

Coronel Sánchez, Gustavo. “Historia y arqueología en las narraciones de Alva Ixtlilxóchiltl” en Historias Asombrosas del Acolhuacan, número 4, 2016.

Cruces Carbajal, Ramón. Tepetzinco, jardín prehispánico de Nezahualcóyotl. Libros Artesanales-Historia de México. México, 2014.

Fournier, Patricia. “Arqueología de los caminos prehispánicos y coloniales”, en Arqueología Mexicana, número 81, volumen XIV, 2006.

Manzanilla López, Rubén et al. “Aplicación de SIG en el análisis del arte rupestre. El caso de los cerros Huatepec y Tepetzingo en Atenco, México”, en XIII Conferencia internacional Antropología 2016, Instituto Cubano de Antropología, La Habana, Cuba, edición en CD-ROM.

Manzanilla López, Rubén y Adán Pacheco Benítez. Informe técnico de campo del Programa de prospección y rescate arqueológico durante la introducción de Fibra Óptica en la ruta carretera Pachuca. Puebla ICA-AVANTEL, INAH/Dirección de Salvamento Arqueológico, México, 1997.

Parsons, Jeffrey. Patrones de asentamientos prehispánicos en la región de Texcoco, México. Universidad Autónoma Chapingo. 2008

Ramonetti Liceaga, Ariadna. “(Re)inventar la tradición: Actos políticos de resistencia y significaciones rituales en la región de Atenco, estado de México” en Revista Textual, número 68, 2016.

Velazco Salvador. “Historiografía y etnicidad en el México Colonial: Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Diego Muñoz Camargo y Hernando Alvarado Tezozomoc”, en revista Mesoamérica, número 38, 1999.

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Sobre el autor: (Ciudad de México – 1985). Estudió Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Dirige el Proyecto Texcoco en el Tiempo y la revista de leyendas e historia local Historias Asombrosas del Acolhuacan.

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Fotografías cortesía de Carlos Alberto Padilla

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DE LA CASA #120: LA LEYENDA DEL CERRO DE ZAPOTECAS, SAN PEDRO CHOLULA, PUEBLA / RCLL.

Por Rocío del Carmen López Lemus

Los mitos y leyendas son el claro ejemplo de la herencia cultural de una región, su preservación oral ha influido en la identidad del lugar, su misticismo y cargado imaginario vuelven a estas narrativas una joya histórica. Hace algún tiempo, realicé un viaje a Cholula, Puebla, lugar al que ya tenía el gusto de conocer por parte de un viaje escolar de la experiencia educativa de Mesoamérica,  experiencia que curse en el primer semestre de mi licenciatura en Antropología Histórica.

En esta ocasión las circunstancias fueron diferentes; había llegado a aquel lugar en función de acompañante y copiloto de un buen amigo que reside en Cholula, de nombre Paco. Me invitó a pasar unos días en aquel hermoso lugar y decidida a redescubrir la zona, fue que emprendí el viaje. Después de casi dos horas y media en carretera, desde Xalapa hasta allá, llegamos algo cansados por eso de la manejada. Nos dispusimos a descansar, con la promesa de al día siguiente  aventurarnos a los alrededores del lugar, entre la broma de visitar las “365 iglesias” que alberga la zona.

El día estaba despejado, dispuesto a acompañarnos, con su particular frío matutino,  fue que salimos de casa a recorrer aquella zona que antes había sido  gran territorio para los toltecas, luego de su expulsión de Tula en el año 1000 d.n.e. Entre los típicos tamales canarios de la plaza de la concordia y las calles empedradas, dimos con un servicio turístico propio del lugar, decidimos abordarlo y emprender dicho recorrido; en este caso contaba con un guía de audio que narra todas las estaciones que propiamente va haciendo el autobús.

Entre  las tantas narraciones, una llamó en especial mi atención, ya que hablaba sobre las mayordomías, actos que aún se  llevan a cabo en Cholula, pero cada vez con menor fervor. Contaba la leyenda de un hombre que entregó la vida de su mejor amigo, a cambio de dinero para poder costear la mayordomía anual, historia que adelante les contaré.

Leyenda del cerro de Zapotecas

Cuenta la leyenda que un hombre andaba muy preocupado porque tenía que hacer una mayordomía en su pueblo y solo faltaba un mes, y no tenía dinero suficiente para llevar a cabo su compromiso, así que decidió solicitar un préstamo entre sus conocidos y compadres, pero como la temporada de siembra había sido mala, todos le negaron la ayuda, hasta su compadre le dijo que también necesitaba dinero y que lo había pensado muy bien, en ir al cerro Zapotecas para salir de pobre.

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Triste y preocupado pensaba en los gastos que tenía que hacer para salir de sus apuros; comprar las flores, contratar a la banda de música, los cohetes, los toritos, la bebida y el mole. La única alternativa era ir a pedir dinero al cerro de zapotecas, llego la noche, agarro su chamara y salió sin dar explicaciones a su familia. Caminó por las calles y provocó el ladrido de los perros que se oían a lo lejos, el viento soplaba siendo más frío el sudor que brotaba de su cara, comenzó a veredear y a subir el cerro.

Cuando estaba a punto de llegar a la cima pensó en regresar, pero meditó:- “Ya estoy más pa’ca  que pa’ ya” – y justo cuando iba a seguir caminando oyó una voz que le dijo: – “Me dijo tu compadre que me andas buscando , no es necesario que me lo expliques, ya sé cuál es tu problema y te voy a ayudar, solamente tienes que pensar de quién es el alma de tu familia que me vas a dar, te voy a dar  unos segundos para que lo pienses, ahorita regreso para firmar el pacto con sangre”-.

La sombra oscura de lo que parecía ser un caporal con su gabán y su sombrero, desapareció por entre los árboles y ahí quedo nuestro amigo sólo, no con un problema, sino con dos. Y antes de que pudiera pensar en la respuesta, comenzó a escuchar unos quejidos, muy lastimosos, pensó –“¿Quién podría ser, alguna persona que necesita ayuda?”-  al buscar entre los árboles, descubrió una enorme casa, más bien dicho una hacienda y se encamino a donde se escuchaban los quejidos, entro por el portón.

Grande fue su sorpresa, al ver muchos hombres, colgados de las manos y amarrados de los pies, a los que se veía, los habían azotado cruelmente. Algunos de ellos ya no se movían, pero entre todos ellos, reconocido a su compadre y corrió hacia él. Y antes de que pudiera hablarle, su compadre le dijo con voz cansada y quejumbrosa: –“Compadrito, ¿Qué haces aquí?, ¡Lárgate! , ¡Vete, antes de que regrese aquel, ¡Sálvate!,  ¡Sal de aquí y no voltees la cara!,  ¡Anda , qué esperas, no lo pienses más! ¡Que a mí ya me llevo la…! – y sin pensarlo, salió corriendo de la imaginaria hacienda.

Llegó a su pueblo, se dio la una de la mañana y así fue como regreso a su casa y se metió a su cama, al amanecer, lo que había vivido la noche anterior, lo tenía absorto en sus cavilaciones y de vez en cuando se acordaba del problema de la mayordomía, hasta que la solución le vino de inmediato. –“Voy a vender dos vacas y con eso voy a hacer una fiesta sencilla, lo importante es cumplir con el santo patrón”- aún no había de pensar en su solución, cuando oyó un grito que decía: -“¡Burros, vacas, becerros que vendan!”- milagrosamente le llegaba la solución a su problema.

Salió corriendo y le chiflo a los de la camioneta, al momento oyó en la iglesia, que estaban dando doble, arregló la venta de sus animales, le pagaron buen precio y se encamino a la iglesia, para comenzar con los preparativos de la fiesta. Cuando vio un grupo de gente, que se remolinaba junto a una carreta y le dijeron: -“Ya vites, trajeron a tu compadre, lo encontraron muerto, arriba del cerro de zapotecas”- . Cuando se abrió el paso por la gente, pudo ver a su compadre amarrado de pies y manos sangrando. Pero lo más curioso, es que llevaba puesta la chamarra de nuestro amigo.

Cuando el caporal le pregunto a nuestro amigo, de quien era el alma que le deseaba entregar, a cambio de recibir ayuda, quizá nuestro amigo sin querer queriendo, en ese momento pensó en su compadre y fue el alma que le entro a este caporal. Es una historia, que según cuentan los habitantes, sucedió en el cerro Zapotecas.

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Fotografía y video: México DJI Puebla.

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Sobre la autora: 1998 / Xalapa, Veracruz. Estudiante de segundo semestre de la carrera de Antropología Histórica en la Universidad Veracruzana. Fotógrafa y participante en el panel sobre patrimonio biocultural, sustentabilidad y etno-ecologia, en el marco del V Coloquio Multidisciplinario “Patrimonio, turismo y sustentabilidad ambiental”. Llevado a cabo en las instalaciones del CETis 134 Manuel Mier y Terán y en la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana en Xalapa.

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#LasPrestadas: Tláloc no quiere a los arqueólogos.

Por: Pablo Ferri

Roberto Junco recuerda aquella vez en que la comisión de pueblos indígenas del Estado de México acusó a su equipo de “romper el orden cósmico”. Era el año 2009. La subdivisión de arqueología subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el INAH, buscaba restos de rituales prehispánicos en una de las lagunas del Nevado de Toluca. Roberto y sus buzos rastrearon las aguas y encontraron, entre otras piezas, un cetro de madera. Se lo llevaron. Más tarde sabrían que databa del año 1200 o 1300. “Era un cosa rarísima, muy valiosa”, dice Junco. Los arqueólogos lo catalogaron y meses más tarde se enteraron de la afrenta: no habían pedido permiso a la montaña.

“La comisión indígena nos convocó a una reunión con mis jefes para solucionar el asunto”, cuenta Junco. Fueron, claro. El Nevado de Toluca, un volcán inactivo a dos horas de la Ciudad de México, es un lugar sagrado para los pueblos que lo rodean. Las lagunas que hay dentro del cráter también lo son. Desde entonces los científicos suelen rendir pleitesía a los dioses antes de empezar cualquier trabajo.

Hace unos días, Junco y un grupo de arqueólogos viajaron a otro volcán, el Iztaccíhuatl, para recuperar restos de ofrendas de hace más de mil años. A las 5 de la mañana del jueves 3 de noviembre, Iris Hernández, encargada de la expedición, coordinaba los últimos preparativos antes de salir. Los bultos en las camionetas, los puntos de encuentro, claros.

El equipo iniciaba así la primera gira en 30 años a un enclave especial, los llanos y la laguna de Nahualac, desde donde se ve con todo detalle la cima del Iztaccíhuatl cubierta de nieve y también, algo más lejos, entre los árboles, el cráter de su amante, el Popocatépetl.

Iris Hernández explica que el interés de la expedición es “entender el significado ritual de ambos sitios –los llanos y la laguna–, la temporalidad –en qué momento se usó–, por quiénes y con qué fin”. De entrada, añade, “hay mucha diferencia entre el llano y la laguna”. El llano es un espacio abierto, de cara al volcán. Antiguamente desde ahí se veían los dos volcanes. Por eso asumen que era un lugar idóneo para las ofrendas. Los árboles que han crecido desde entonces dificultan la visión del Popo.

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El caso de la laguna parece más complejo y a la vez, excitante. Nahualac, vocablo náhuatl, significa “el arroyo de los nahuales”. O manantial. Stanislaw Iwanizsewski, veterano arqueólogo polaco, explica que los nahuales son “entidades anímicas”, como duendes traviesos que campan a su antojo por el volcán. Dentro de la laguna quedan los restos de una estructura prehispánica, como las paredes derruidas de un cuarto de diez metros de lado. Alrededor de la estructura, los investigadores ya conocían la existencia de nueve montículos de piedra. Pero, ¿qué tipo de estructura fue? ¿Para qué servía?

Iwanizsewski piensa que era el templo que un chamán había consagrado a la montaña, a una de las entidades “anímicas” que la habitan, una importante. El polaco se decanta por Tláloc, una de las deidades con mayor presencia en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, el dios de la lluvia. De hecho, dice el experto, “si alargamos el templo de Nahualac hacia el poniente muestra la puesta de sol el 3 de mayo sobre el volcán”. La fecha es representativa pues simboliza el inicio de la temporada de lluvias. Iwanizsewski dice incluso que los antiguos pudieron pensar que la laguna era la puerta de entrada al mítico Tlalocán, el país de Tlaloc. “Hay un códice”, cuenta, “que menciona que Tlalocán está ubicado en el mismo cielo que Metztli, La luna. Y todo se refleja muy bonito en el estanque cuando sale La Luna”.

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La mitología de los pueblos mesoamericanos comprendía la existencia de 13 cielos y nueve infiernos. La Tierra separa unos de otros. En el supramundo, cada cielo es la casa de una entidad: La Luna, el Sol, las estrellas. Es en el primero donde coinciden Tláloc y el astro terrestre.

Los montículos representarían elementos del paisaje –otras montañas– o, quizá, entidades anímicas menores: nahuales. Imaginar rituales chamánicos de hace mil años es una cuestión de fé. ¿En qué pensaban los presentes? ¿En grandes dioses y duendes traviesos, en la luna saltando como un conejo por el cielo? Sin duda esos rituales debieron ser en parte terribles. En su Historia de la Indias de Nueva España, fray Diego Durán escribió que en las fiestas que dedicaban a la señora Iztaccíhuatl, vestían elegantemente a dos niños y dos niñas y luego, en la montaña, los sacrificaban.

En todo caso, los vestigios del estanque son únicos. No hay otra igual sobre un espejo de agua en México. ¿Estaremos a las puertas de descubrir la entrada a uno de los míticos cielos mexicas, el cielo de La Luna? ¿El soportal de Tlalocán?

La expedición paró en Amecameca, un pueblo cercano al volcán en el Estado de México. Iris quería pedir apoyo a la policía estatal. Por lo que cuenta la gente de la zona, la montaña se ha vuelto tan insegura como las calles del pueblo. Ha habido asaltos, violaciones y robos de todo tipo. Entre 20 y 30 arqueólogos acamparían a 4.000 metros durante diez días. Policías armados de fusiles asegurarían su estancia.

La segunda y última parada antes de llegar a Nahualac fue el pueblo de San Rafael, hogar de graniceros y tiemperos. Los chamanes más prestigiosos de la región tienen ahí su casa. Para evitar problemas con el orden cósmico, la expedición prepararía una ofrenda gigantesca a la orilla de la laguna antes de empezar a trabajar.

No deja de ser curioso que un grupo de los científicos, académicos y estudiosos más preparados de México inicien sus trabajos pidiendo permiso a Dios y a los volcanes. Ricardo Cabrera, antropólogo físico, opina que los científicos en México son así, “abonados al pensamiento científico y al mágico”. Roberto Junco añade que “siempre tienes que pedir algo, que no haya accidentes”. Salvador Estrada, de la Subdirección Arqueología Subacuática del INAH, decía que es “por respeto a la gente” e Iris parece de acuerdo: “este lugar tiene ánima, la gente venía por algún motivo y estamos sacando algo que la gente quería que se quedara acá”. Iwanizsewski concluye que “estos rituales les sirven a los pobladores para mostrar cariño y respeto por estos lugares”.

La camioneta de los graniceros se incorporó a la expedición del INAH camino a la montaña. Les acompañaba Margarita Loera, veterana historiadora del instituto de antropología. Loera es experta en este tipo de rituales. Gran conocedora de la vida y la obra de Sor Juan Inés De la Cruz, la historiadora explica el proceso por el que los graniceros deciden el contenido de la ofrenda. “Ellos tienen sueños y depende de lo que sueñen, deciden. Esta vez el maestro pidió miel. Es normal por esta época, después de las lluvias. La miel es el agua de estos días”.

La caravana de vehículos tardó dos horas en subir la falda del volcán. Además del material de la expedición, las camionetas cargaban ahora con el contenido de la ofrenda: decenas de litros de miel, kilos de cempasúchil naranja y amarillo, terciopelos morados, mole con pollo, frutas, mezcal, pulque… Todo un homenaje gastronómico que acabaría bajo tierra días después.

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Para iniciarte como granicero tiene que caerte un rayo encima. O si no, llevarlo en la sangre, “tener linaje”, como dice Margarita Loera. Al maestro Gerardo le cayeron dos rayos. No encima, justo al lado. Además, tenía linaje. Gerardo fue el encargado de dirigir la ofrenda en Nahualac.

El ritual empezó a las cuatro de la tarde. Gerardo intercedió por los investigadores ante Dios, la virgen, la señora Iztaccíhuatl y el señor Popocatépetl. Todos rezaron un padre nuestro. Gerardo, sus ayudantes y los arqueólogos instalaron la ofrenda junto a la laguna. Luego la bendijeron con un cáliz lleno de copal ardiendo. Los arqueólogos la dejarían junto a la laguna hasta que concluyeran sus trabajos. Luego la enterrarían.

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A eso de las cinco bajaron todos, los trabajos empezarían al día siguiente. Luego empezó a llover y lo hizo durante horas. Parecía que la ofrenda no había generado los efectos deseados: Tláloc mandó un diluvió que obligó a Gerardo a hacer otra ofrenda cuando él y los suyos volvieron a San Rafael.

El día siguiente amaneció soleado. Los arqueólogos delimitaron una zanja para empezar a cavar y trabajaron hasta la hora de comer. La lluvia amenazaba de nuevo. Esa semana llovió y granizó casi todos los días, algo raro en el inicio de la temporada seca. Además, sufrieron heladas. “Las condiciones fueron muy duras”, contaba Iris Hernández este miércoles, ya desde casa.

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Los arqueólogos resistieron hasta el 13 de noviembre. El maestro granicero hubo de interceder una tercera vez ante Dios, la virgen y los volcanes. Iris decía el miércoles que aún no ha hablado con él, pero que tiene ganas de hacerlo. Han pasado cosas muy raras en la montaña. “Hubo temas con la ofrenda”, dice, “porque cuando las velas estaban apagadas, llovía y cuando las encendíamos, dejaba de llover”.

En cuanto a la laguna, el misterio continúa. Ha caído tanta agua este año que en noviembre continúa anegada. El próximo abril, antes de que empiecen de nuevo las lluvias, los arqueólogos volverán con un georradar, como el sonar de un barco. Tecnología punta en busca del mítico Tlalocán.

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Fuente: Periódico El País [Consultado el 11 de noviembre del 2016].

DE LA CASA #26: EL SITIO ARQUEOLOGICO MÁS ALTO EN MESOAMÉRICA / GAD.

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Por Gustavo Díaz

La investigación de alta montaña, siempre ha sido una de las más fascinantes y complicadas de realizar dentro de todos los campos de estudio y ramas en las que se divide la arqueología propiamente.

La región de Texcoco en el Estado de México, ha sido desde hace mucho tiempo: un área de estudio de esta disciplina debido a la abundancia de aspectos de carácter prehispánico, su posición geográfica y el tipo de clima que maneja; elementos que han servido no sólo para el asentamiento de las primeras culturas mesoamericanas, sino para la aparición de los primeros pobladores del continente americano hace más de diez mil años.

La arqueología de alta montaña en Texcoco, está encabezada por el arqueólogo del INAH: Víctor Hugo Arribalzaga, el cual, en diferentes temporadas de campo: ha dado constancia material de rituales efectuados en estos sitios por grupos de individuos antes de la llegada de los españoles, elementos que se asocian a un tipo de arquitectura única, un modelo de petro-grabado sobre roca bastante descriptivo y una gran cantidad de ofrendas, campamentos y artesanía que evoca el pensamiento religioso de aquellos tiempos.

En nuestro país, hay un dilema enorme al momento de definir: arqueología de baja, mediana o alta montaña, la definición más común para referirse a la alta montaña tiene que ver con aquella que se realiza a más de 3,900 metros sobre el nivel del mar (msnm), donde los grupos humanos realizaron un tipo de asentamiento o intervinieron en actos que tienen que ver con algún contexto social o enfoque ritual.

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Representación del cerro punta Tláloc. Códice Borbónico, lámina 35.

Referido al sitio: aproximadamente en el año 900-950 d.C. Existió en el valle de México una gran sequía, los grupos toltecas que controlaban la mayor parte de la región subieron a estas montañas para construir adoratorios y dejar diversas ofrendas para pedir lluvia, las fuentes escritas narran que específicamente en el cerro conocido como “Poyahutla”, se realizaba un tipo de idolatría conocida como: “Huey Tozoztli o gran punzada”, (Llamada así porque el sacrificio consistía en sacarse sangre con puntas de maguey y sacrificar niños de manera solemne en honor a su Dios, culminando el rito en la parte baja hacia las orillas del lago de Texcoco con el sacrificio de otra niña justo en el remolino de Pantitlán).

Cuando los grupos chichimecas encabezados por “Xolotl” llegaron al valle de México, estos rituales que se hacían en la montaña “Poyahutla o punta Tlaloc”, se materializaron en Tlalocan y el espacio fue concebido como: “El lugar donde se fraguan las lluvias y las tormentas”, posteriormente se levantó un templo monumental para en la época Mexica, pero no desaparecieron los elementos teotihuacanos originales del lugar como los discos de mosaico que datan del periodo Tlamimilolpa (300-450 d.C.) Y que fueron encontrados en el sitio durante las primeras excavaciones arqueológicas formales hechas en el sitio para 1989 por los arqueólogos Richard Towsend y Alejandro Pastrana.

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Cima: Sitio arqueológico. Punta Tláloc, lado sur.

En 1957 los arqueólogos Charles Wicke y Fernando Horcasitas registraron en su informe la presencia de un fragmento de ídolo situado en el centro del complejo, pero hasta ahora: no se sabe nada sobre la existencia de ese posible monolito, dando cabida a la especulación sobre un posible robo que hasta ahora no ha dado respuesta respecto a su posible responsable.

El sitio al estar en lo más alto de una montaña, fue también concebido como un “Tetzacualco u observatorio astronómico”, esto según datos del investigador Stanislaw Iwaniszewski, el cual, en 1994 definió su estudio topográfico que empezó a realizar en la zona desde 1986, y pudo describir el fenómeno solar que sucede desde esa región sobre las cumbres del Pico de Orizaba y la Malinche entre los días siete y once de febrero que marcaba el arranque del año solar para los mexicas.

Fenómeno solar descrito por: Stanislaw Iwaniszewski

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Mapa de Stanislaw Iwaniszewski

En esta montaña sagrada, se han localizado más de 176 espacios que tienen que ver con algún aspecto prehispánico como: oquedades, pozas, pequeños basamentos y rocas excavadas, pero también se tienen registrados los vestigios de rituales contemporáneos hechos por las poblaciones rurales que habitan la zona conocidos como: “Graniceros”, los cuales, manifiestan su fe y adoración al Dios Tláloc cada tres de mayo mediante una ceremonia ritual que combina elementos ancestrales, con fundamentos propios del catolicismo y que aparecen mencionados como brujos en las notas de Fray Bernardino de Sahagún sobre la historia general de la Nueva España.

Es necesario referir este tema y reiterar el respeto que merecen estas tradiciones en nuestros sitios arqueológicos, pues resulta interesante analizar el aspecto antropológico de la gente para poder comprender el valor que tiene la figura del Dios Tláloc en el sincretismo de cada uno de los habitantes de la región y el mensaje de fervor que se está transmitiendo por sus pobladores de generación en generación.

Grupo de Graniceros, ceremonia tres de mayo. Punta Tláloc.

El cerro conocido como: Punta Tláloc, es el templo ceremonial que está situado a mayor altura sobre el nivel del mar en Mesoamérica y probablemente del mundo, pues otras regiones como: Machu Pichu en Perú; situada a 3,400 msnm. No alcanza los 4,120 msnm que tiene de altura el cerro de Tláloc.

Actualmente, se están haciendo trabajos de restauración en los muros del templo y la calzada principal, se le ha dado mantenimiento al patio central del recinto y también se pudieron rescatar petro-grabados con forma de animales acuáticos o anfibios como: serpientes, tortugas, lagartos y ranas que seguramente fueron parte del arte escultórico que ataviaba la gran fortaleza que rodea este paisaje sagrado.

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Sitio arqueológico punta Tláloc: calzada principal

Se encontró también en la entrada, un croquis de la región que está grabado sobre un soporte de piedra que da una idea de cómo estaba dividido el lugar y algunos fragmentos de almenas que también sirvieron como decorado de la gran muralla que marcaba la frontera con los pueblos tlaxcaltecas.

Referido a este trabajo, la labor no ha sido fácil; el arqueólogo Arribalzaga se ha tenido que valer de un gran equipo de estudiosos, arqueólogos y trabajadores manuales para poder cuidar del sitio y crear caminos adecuados que conduzcan sin tanto problema a él, han establecido un campamento situado a 3,900 msnm y se han sobrepuesto a las diversas circunstancias institucionales y climatológicas para poder realizar una excavación arqueológica precisa en esa parte de la montaña.

Es por ello, que quiero por medio de este texto; felicitar al equipo que trabaja punta Tláloc por su enorme esfuerzo hecho hasta ahora en Texcoco, e invitarlos a que nos mantengan informados tanto a los periodistas como al público en general, sobre los resultados que generen las diversas temporadas de campo subsecuentes en esta región sagrada, pues resulta de mucha valía saber que tenemos este tipo de sitios en nuestro país y que en México sí se hace arqueología de alta montaña con una enorme pasión y calidad.

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Foto. Arqueólogo Víctor Arribalzaga.

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