#LasPrestadas: Escenas Indigenistas: el Tren Maya en Teotihuacán.

Por Alfonso Fierro

Siguiendo una serie de hipervínculos, terminé encontrando de rebote una fotografía de los años veinte en la Mediateca virtual del INAH. En el centro de la foto aparecen Manuel Gamio y otros tres hombres trajeados frente a una pirámide a medio excavar, todavía con aspecto de cerro. Gamio seguramente les está enseñando el sitio arqueológico. Antropólogo de formación y funcionario del Estado, en aquellos años Gamio estaba dedicado a estudiar a la población de la zona al tiempo que excavaba la ciudad prehispánica, convencido de que sólo a través del conocimiento antropológico del pasado y presente de la población se resolvería el conflicto que había estallado en la revolución. Sesenta años después, empleando categorías con alusiones al psicoanálisis, Guillermo Bonfil Batalla describiría este conflicto como el enfrentamiento permanente de dos Méxicos: el “México imaginario” que anhelaba construir un estado-nación occidental y el “México profundo” de las formas de vida indígena que se le resistían al México imaginado desde el centro por las élites criollas, que a su vez negaban en su proyecto nacional al México profundo. En Forjando Patria (1916), escrito todavía al calor de la revolución, Gamio mismo identificaba este problema. Postulaba que era necesario sacar de su “aislamiento” a las comunidades indígenas e incorporarlas al proyecto posrevolucionario de nación, entre otras cosas a través de la construcción de infraestructura que modernizara económicamente el territorio indígena. Gamio argumentaba que sólo así surgiría una idea unificada y productiva de México:

Cuando […] hayan sido incorporadas a la vida nacional nuestras familias indígenas, las fuerzas que hoy oculta el país en estado latente y pasivo se transformarán en energías dinámicas inmediatamente productivas y comenzará a fortalecerse el verdadero sentimiento de nacionalidad. 

La excavación de la pirámide era aquí fundamental, no sólo como símbolo del nuevo pacto social que se buscaba entre estado y comunidades originarias, sino como parte de un proyecto intelectual que, desde muchas disciplinas, consideró que para imaginarse un discurso unificado de la nueva nación se necesitaba recolectar y coleccionar una serie de registros antropológicos en forma de artesanías, paisajes, pirámides, ropa, comida y tradiciones de los territorios habitados por comunidades indígenas.

A primera vista, parecería que el proyecto del Tren Maya reitera este discurso indigenista en el que la modernización territorial organizada desde el centro se justificaba como rescate e incorporación de un mundo indígena abandonado. Su página oficial lo describe como un proyecto ambicioso, al mismo tiempo una infraestructura de comunicación, un aparato de reorganización territorial en busca de efectos económicos y ambientales, un dispositivo turístico y un argumento político sobre el cambio en “la vida pública” de México. La sección de cultura en específico presenta la idea de que “en el siglo XX, el salvamento arqueológico se asocia al desarrollo económico del país, en obras de infraestructura como carreteras, redes eléctricas, represas hidroeléctricas, estacionamientos subterráneos [¿?], líneas de metro o la red ferroviaria”. Esta afirmación se enuncia como explicación de los objetivos culturales del Tren Maya y se complementa, más abajo, con la noción de que las comunidades indígenas de la zona “son los herederos y representantes del patrimonio cultural maya, así como los principales beneficiarios del Tren Maya”. En un párrafo, queda establecida la idea de que el salvamento arqueológico es parte de un salvamento mayor, el de las comunidades, a quienes el Estado finalmente incorporará a la marcha del “progreso”. De paso, el Estado ayudará con la recuperación de un pasado arqueológico que las comunidades supuestamente perdieron, pero no queda claro qué implica en la práctica considerarlas “herederas” de este patrimonio o a qué se refiere exactamente la página del proyecto cuando dice que “las comunidades […] deben tener un rol fundamental en [la] protección” del mismo. Cómo, desde dónde y con qué fines se gestionará es algo que no queda claro con la información disponible.

Es indudable que, en la historia moderna del país, la construcción de infraestructura enfocada al desarrollo económico ha venido acompañada del trabajo arqueológico conocido como “salvamento”, aunque quizá sea hora de cambiarle el nombre a la disciplina para quitarle la alusión misionera que tiene. El componente cultural en general y la arqueología en particular son en el Tren Maya parte de la inversión política y económica, no una misión desinteresada de los siervos de la nación. Y sin embargo, la idea de estar rescantando el sur de México, de estar incorporando un territorio olvidado, parece servirle al proyecto a nivel de discurso. De ahí las alusiones al indigenismo posrevolucionario de Gamio en adelante que están presentes en la narrativa que empieza a articularse desde las disciplinas culturales involucradas, incluyendo la incipiente arquitectura del tren. Al mismo tiempo, hay que reconocer que el indigenismo, aunque construido sobre todo desde el centro, nunca fue un discurso del todo monolítico y ha respondido a tendencias intelectuales y fines gubernamentales diversos. En este sentido, para comprender críticamente su iteración actual tanto en la cultura oficial del actual gobierno, resulta mejor indagar en un archivo de sus mutaciones, acercándonos al presente por un camino no tan directo, que es lo que propongo hacer en una serie de notas al respecto. Además me parece que vale la pena hacer este recorrido en el terreno de la arquitectura, una disciplina central a proyectos infraestructurales del estado y que siempre ha estado singularmente fascinada por la recolección arqueológica. 

Dejemos a Gamio excavando Teotihuacán por lo pronto. Casi al mismo tiempo, José Vasconcelos y Manuel Amábilis preparaban los pabellones que saldrían a las exposiciones de Río de Janeiro y Sevilla. Como veremos en otro texto, su misión diplomática era transmitir al mundo entero lo que significaba la palabra México después de la revolución. 


Referencias: 

Guillermo Bonfil Batalla. México profundo: una civilización negada. México: FCE, 1987.  

Manuel Gamio. Forjando Patria. México: Porrúa, 1982. Original de 1916. 

Para la citas de la sección cultural del Tren Maya: https://www.trenmaya.gob.mx/cultural/. Fecha de acceso: 7 de marzo de 2021. 


Fuente: Arquine (20 abril, 2021): https://arquine.com/escenas-indigenistas-el-tren-maya-en-teotihuacan/?fbclid=IwAR1di-hyJhucDfS8HKNSRmHlbGdnwGCxJw-02c9ZzeBPQoz24AvHC7ZxXww

DE LA CASA #185: DE HÉROES A DESAPARECIDOS: DOLOROSAS RESIGNIFICACIONES EN EL PATRIMONIO CULTURAL / EDRS.

Por Eduardo Daniel Ramírez Silva

Apreciable lector/a, siempre es agradable tenerle aquí; en esta ocasión nos reúne un tema que seguramente le será de mucho interés. Las diversas significaciones con que dotamos al patrimonio cultural, dependen del contexto cultural, social y político en el que se halle inmerso, esto causa “nuevas” connotaciones por parte de la comunidad o del grupo social que arropa sus bienes culturales. Sin embargo, hay ocasiones en las que históricamente se nos presentan sucesos que marcan profundamente la memoria y los corazones de quienes conforman dicha comunidad; muchas veces vienen empapados de sangre de inocentes y esas vidas arrebatadas que ahora luchan para no quedar en el olvido, representan una exhaustiva e interminable batalla por la justicia. Como resultado, el patrimonio cultural cobra un nuevo papel en la dinámica de un determinado lugar.

Un ejemplo claro de lo anterior es el caso de la Glorieta de los Niños Héroes, ubicada en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, monumento que en la actualidad ha sido renombrado como la Glorieta de las y los desaparecidos. Este resignificado nos remite inmediatamente a la angustiante y asfixiante violencia que se ha apoderado de nuestra cotidianidad. Pero antes de abordar el caso, es necesario relatarle un poco de la historia de este sitio que forma parte de la identidad de la Perla Tapatía.

La Glorieta de los Niños Héroes es un monumento cuya función consiste (o consistía), en conmemorar la Batalla de Chapultepec (Ciudad de México, 13 de septiembre de 1847), en la que siete jóvenes cadetes de la escuela militar: Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez, Juan de la Barrera, Vicente Suárez y el famoso Juan Escutia, dieron la vida al intentar proteger el Castillo de Chapultepec de los invasores estadounidenses. La glorieta es obra del escultor Juan Fernando Olaguíbel Rosenzweig, quien además esculpió otras obras icónicas que se encuentran a lo largo y ancho de México, como la Diana Cazadora, la Fuente de Petróleos, el monumento al Pípila, entre otros; asimismo, el arquitecto Vicente Morales Mendiola fue el encargado de darle vida al diseño en el año de 1950.

La Glorieta de los Niños Héroes consta de una amplia explanada, en cuyo centro sobresale una columna de aproximadamente 50 metros de altura. En la parte más alta está instaurada una escultura de figura femenina hecha de cantera rosa, que simboliza a la Patria; se encuentra cubierta por una túnica y en sus manos sostiene una guirnalda; a sus pies se halla un águila parada en un nopal, devorando una serpiente que simula el escudo nacional. En la parte baja y frontal se encuentran las esculturas de los Niños Héroes con una inscripción en bronce, la cual señala: “Murieron por la patria”.

Esta glorieta se ubica en la intersección de las avenidas Mariano Otero, Niños Héroes y Chapultepec, el andador de esta última es uno de los más concurridos en lo que respecta a comercios y actividades culturales. Este monumento constituye parte de la esencia de la ciudad de Guadalajara, sin duda alguna funge como uno de los principales referentes de las y los tapatíos, es también símbolo de unión y cohesión social, pues ha sido escenario de eventos masivos. Es uno de los puntos de encuentro, junto con la Minerva, para la organización de marchas y manifestaciones, así como el festejo de logros deportivos, particularmente cuando un equipo de fútbol local obtiene una victoria. Con toda certeza representa parte de la historia mexicana, y para las y los tapatíos es nuestro patrimonio.

Sin embargo, la ola de violencia que nos aqueja desde hace años, nos ha orillado a que le demos otro significado a este inmueble, a tal grado, que decidimos renombrarlo como la Glorieta de las y los desaparecidos. Este nuevo bautizo ocurre tras la desaparición de Javier Salomón Aceves, Jesús Daniel Díaz y Marco Francisco García, estudiantes de la carrera de cine de la Universidad de Medios Audiovisuales (CAAV), en la primavera del 2018 (como otras miles de personas de quienes a la fecha se desconoce su paradero). Esta es una herida profunda en el corazón tapatío que no acaba de cicatrizar (nunca lo hará); duele y arde, pues las desapariciones no cesan, las víctimas de estas atrocidades jamás volverán a estar con sus familias, ni con sus seres queridos; sin explicación alguna han dejado de habitar la ciudad.

De ahí que la Glorieta de los Niños Héroes ahora es la Glorieta de las y los desaparecidos, su significado y su valor adquiere otra connotación, una que cala, una que nos evoca el sufrimiento de madres, padres, hermanos, hermanas, esposas, esposos, amigos y demás, que han perdido a alguien cercano. Ahora este monumento funge como un inamovible y lamentable recordatorio para las autoridades de todos los niveles que nuestra ciudad, nuestra gente, está herida, tiene miedo y se siente insegura, pero tiene un hambre voraz de justicia. La glorieta se ha convertido en el tangible grito inconforme y afligido que demanda a los gobernantes: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”. Deseamos que nuestras y nuestros desaparecidos regresen con sus familias, y con ellos la paz en esta ciudad que lucha día a día para no quedar enterrada en una fosa común, para no ser desterrada en las lejanas tierras del olvido.


Fotografía: Juan Tonchez

DE LA CASA #184: LO TANGIBLE EN EL PATRIMONIO CULTURAL Y SU SALVAGUARDIA / EDRS.

Por Eduardo Daniel Ramírez Silva

Estimado/a lector/a, con el gusto que me causa saber que sus ojos se encuentran con estas palabras, me propongo presentarle el tema del patrimonio cultural intangible y su salvaguardia. Es sabido que la intangibilidad se refiere a lo “imperceptible” porque es algo que aparentemente no se puede tocar o ver; lo intangible está conformado por ideas, memorias, lenguas, valores, ideales, conocimientos y demás, sin embargo, es posible encontrar destellos que nos permitan, de cierta manera, percibirlos. Por lo que en estas páginas hablaremos de la definición de patrimonio cultural intangible, sus complejidades y su conexión con lo material.

María Ángeles Querol Fernández (2010) señala que el patrimonio cultural intangible se conforma por la parte no física de las tradiciones de los pueblos; tales como las lenguas, la música, los sonidos, actitudes de socialización, narraciones orales, entre otras. En ese sentido, surge la siguiente pregunta: ¿Cómo se protege algo que se dice ser imperceptible? Lo primero que se toma en cuenta es que estas manifestaciones están sujetas a las formas de vivir, pero nos topamos con los constantes cambios acentuados por el desarrollismo económico y los avances vertiginosos de la tecnología.

Sobre esta base, se formula el vínculo tradición-progreso en el que el pasado se invalida si no se revitaliza continuamente en el presente-futuro. Entonces, para proteger el patrimonio cultural intangible es preciso reconocerlo, comprenderlo y ser sensibles ante éste para que sea transmitido. En consecuencia, propongo entender el término “tradición” (vinculado con el patrimonio cultural intangible) desde su origen. Proviene del verbo latino tradere y que significa “entregar”, es decir, aquello que pasa de uno a otro; y comparte raíz con la palabra “transmisión”, que se asocia al traslado de algo, como las lenguas, los conocimientos, las ideas y muchos otros.

Nos encontramos inmersos en un devenir histórico que se debate entre tradiciones genuinas y/o revitalizadas, contexto que impacta a todo el espectro de la cultura, por lo que afrontamos una serie de cambios y nuevas dinámicas llevándonos a replantear antiguas ideas y concepciones. Esto funge como punto de partida para cuestionar y reflexionar la pertinencia de comprender el hilo conductor que existe entre los conceptos de transmisión y traslado de la tradición que sostienen el ejercicio de  la salvaguardia del patrimonio cultural intangible.

Entonces surgen más interrogantes: ¿Qué interesa de las tradiciones?, ¿qué papel desempeñan en la dinámica del patrimonio cultural?, ¿cómo se transmite o traslada una tradición?, ¿para qué ha servido?, ¿quiénes participan en él?, entre otras. El papel que juega el término “tradición” contribuye a la vinculación entre el patrimonio tangible y el intangible, el primero como expresión física del segundo y éste, como esencia del primero; es decir, se complementan.

En 1997 los Estados Parte de la UNESCO decidieron involucrarse en la salvaguardia del patrimonio intangible, esa inmaterialidad que está presente en sus tradiciones, en el imaginario, en los sonidos, en las lenguas y en la cosmogonía de los individuos y comunidades que les permite la construcción de esos reflejos tangibles de lo que constituye su colectividad. Tomó seis años para que la UNESCO pudiera diseñar un documento normativo internacional para guiar a los Estados en el camino de la salvaguardia del patrimonio cultural intangible.

De ese modo, en el 2003, se lleva a cabo la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, cuyo objetivo fue complementar la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural de 1972. Esto implicó fuertes procesos de transformación social, sobre todo bajo el impacto de la globalización, “reconociendo que las comunidades, en especial las indígenas, los grupos y en algunos casos los individuos, desempeñan un importante papel en la producción, la salvaguardia, el mantenimiento y la recreación del patrimonio cultural inmaterial, contribuyendo con ello a enriquecer la diversidad cultural y la creatividad humana”[1]. Es sobre esa base que se comienza a examinar, desde el interés auténtico, las expresiones culturales que requieren medidas de salvaguardia.

A partir de la Convención del 2003 se entiende por salvaguardia a las acciones encaminadas a garantizar la viabilidad del patrimonio cultural intangible, estas contemplan la identificación, documentación, investigación, preservación, protección, promoción, valorización, transmisión -a través de la educación- y revitalización de este patrimonio en sus distintos aspectos. aunado a estas, también podrían incluirse la sensibilización (crear consciencia), el reconocimiento (del patrimonio de otros) y la difusión.

El patrimonio cultural intangible que se transmite -o traslada-, de generación en generación es resignificado y recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su contexto, su interacción con la naturaleza y su historia, inspirándoles un sentimiento de identidad, permanencia y continuidad. Esto contribuye a impulsar el respeto y admiración por la diversidad cultural, la creatividad y la imaginación humana.

Entonces, las manifestaciones que abarcan el espectro del patrimonio cultural intangible permiten visualizar las conexiones entre éstas y los bienes físicos (muebles e inmuebles), así como los sitios resultantes de la cosmovisión de personas, grupos y sociedades que habitan o se sirven de los mismos, ya sea porque viven o se benefician de sus lugares o de su espiritualidad.

Quizás ese sea el punto de unión de ambos patrimonios (tangible e intangible), porque ahí es donde ocurre la relación entre los paisajes, los espacios culturales, los artefactos y demás, todo conlleva una esencia (lo intangible) y una tradición. Hay también en el patrimonio cultural intangible usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas que se vinculan no solo con instrumentos, objetos y/o espacios que les son esenciales, sino que se asocian también a sitios donde su permanencia es posible, como las expresiones orales de una determinada sociedad, la música y danza en un ritual, entre otros ejemplos que son elementos de la identidad de una comunidad gracias a la tradición y a un entorno cultural que favorece su ejecución y su desarrollo.

Aún estamos en constante reflexión en torno al patrimonio cultural intangible; es misterioso, místico, mágico, incierto y maravilloso. Es inminente y necesario llevar a cabo estudios y acciones sobre éxitos, retos, obstáculos y la pertinencia de los mecanismos que se han utilizado para su implementación. Los cambios son constantes, por lo que se abren nuevos horizontes y son cada vez más los desafíos que se presentan diariamente con respecto a la correspondiente salvaguardia y transmisión, a la definición de estrategias que orienten a una adecuada e innovadora perspectiva de tratamiento de los elementos que conforman ese patrimonio “que no se ve”.


[1] Párrafo 7 del Preámbulo de la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, 2003.


Fotografía: Juan Tonchez

DE LA CASA #183: LA CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL: HACIA LO TANGIBLE / EDRS.

Por Eduardo Daniel Ramírez Silva

Apreciable lector/a, con este artículo pretendo compartirle qué es la conservación del  patrimonio cultural y porqué esta actividad le concierne a lo tangible. El patrimonio cultural abarca un vasto universo de símbolos y significados dotados por las comunidades, sin embargo, es necesario que sepamos el concepto de lo tangible que se materializa en lo mueble e inmueble. La memoria, los valores y los significados son lo más importante en torno al patrimonio cultural, conforman su espíritu, por ello es que se busca conservar los objetos o bienes como vivos recuerdos, mantener esa esencia que los constituye y preservar la identidad de la comunidad que los ha significado.

En ese entendido, se establece que el patrimonio cultural tangible se refiere a lo material, a un objeto específico (utensilio, artefacto, obra de arte, monumento, edificio, etcétera) que contiene un significado especial y que representa algo en particular. Para el patrimonio cultural tangible, los mecanismos de conservación son distintos y diversos dada su composición, contexto, entre otros aspectos. Los problemas que plantean son diferentes y la especialidad de quienes participan en sus soluciones, también. Este tipo de patrimonio se divide en dos: mueble e inmueble.

Los bienes muebles son aquellos que pueden ser trasladados de un lugar a otro sin perder su carácter de bien cultural. Esta facultad de “fácil” traslado los convierte en muebles y se muestran en objetos arqueológicos, pinturas, carteles, cuadros, fotografías, obras de arte, libros, documentos, mobiliario, entre muchos otros objetos. Los bienes inmuebles viven en el suelo, están enraizados en él y son inamovibles. Además, en ese suelo desempeñan un papel definidor y contextual y, a su vez, lo que les rodea imprime personalidad propia al mismo bien.

¿A qué nos referimos con conservación?

La Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural promovida por la UNESCO en 1972 indica que el patrimonio cultural (tangible) “está cada vez más amenazado por la destrucción, no sólo por las causas tradicionales de deterioro sino también por la evolución de la vida social y económica que las agrava con fenómenos de alteración o de destrucción aún más temibles”. Como una respuesta a esta situación, se ha considerado que los bienes que conforman este tipo de patrimonio deben ser conservados, adoptando así, nuevas disposiciones que establezcan un sistema eficaz de protección colectiva del patrimonio cultural con valor excepcional organizada de una manera permanente y basada en métodos científicos actuales. De modo que esta labor engloba a otras que se definen más adelante.

En consecuencia, entenderemos la conservación como el conjunto de diferentes operaciones que tienen por objeto evitar el deterioro del patrimonio cultural tangible y garantizar su preservación para transmitirlos a las generaciones futuras con toda la riqueza de su autenticidad. La conservación se integra con acciones preventivas, curativas y de restauración.

Entonces, la conservación preventiva alude a las intervenciones cuyo principal objetivo es crear condiciones que ayuden a evitar daños o pérdidas en los bienes y contribuir a prolongar el ritmo de envejecimiento de los materiales. A pesar de que las intervenciones de conservación preventiva no producen resultados visibles en los objetos, son esenciales para mantener las colecciones en buen estado. Como bien señala el dicho popular: “más vale prevenir que lamentar”.

En caso de que existan daños en el objeto, se aplican medidas de conservación curativa que contribuyen a la interrupción del deterioro y estabilizan el material, reduciendo el riesgo de que se produzcan más daños. Esta intervención es fundamental para mantener la cohesión de los diversos bienes muebles e inmuebles hasta que eventualmente se decida realizar una intervención más profunda (restauración). Estas acciones funcionan como «primeros auxilios”.

La restauración es, por ende, el conjunto de operaciones que actúan directamente sobre el bien. Estas actividades se aplican cuando el patrimonio ha perdido parte de su significado o características originales y se interviene de manera científica y rigurosa para transmitirlo a las generaciones futuras con toda la riqueza de su autenticidad. La restauración es la actividad extrema de la conservación.

Además, se incluyen otras dos acciones: la protección y el mantenimiento. En la primera se actúa desde cuestiones académicas, técnicas y legales que promueven la investigación, identificación (inventarios, catálogos y registros), resguardo, recuperación y difusión de los bienes materiales. La segunda aborda las operaciones permanentes que conservan la consistencia física de los bienes culturales, evitando que las agresiones físicas, químicas y/o biológicas aumenten su magnitud en demérito del patrimonio cultural.

En conclusión, la importancia de la conservación del patrimonio cultural tangible, y de todas las acciones que giran a su alrededor, radica en la preservación de los significados; los bienes materiales por sí solos carecen de un valor. Lo que en realidad se conservan son los recuerdos, los momentos, los sentimientos, entre otros aspectos que se manifiestan en la diversidad de objetos, monumentos y edificios. Conservar los bienes representa mantener vivo su espíritu que se compone de aquello que no podemos ver, pero sí sentir y el patrimonio cultural tangible es el punto que nos conecta a todo eso que nos es valioso y memorable.


Fotografía: Juan Tonchez

DE LA CASA #182: EL VALOR SOCIAL EN EL PATRIMONIO CULTURAL / EDRS.

Por Eduardo Daniel Ramírez Silva

Querido/a lector/a, con este artículo pretendo realizar dos tareas: la primera es proporcionar una definición de patrimonio cultural; la segunda es exponer el valor social que éste posee y que es, en un principio, el rasgo más importante porque es su esencia.  Construir una definición de patrimonio cultural es algo escurridizo y los cambios que la sociedad sufre (sobre todo en la actualidad), nos llevan a optar por diferentes formas de apreciarlo. En ese sentido, existe una serie de acepciones que nos ayudarán a cumplir dichas tareas: lo podemos asumir como una propiedad que se hereda, como selección histórica, como sedimento de la parcela cultural y por último, como conformador de la identidad social.

Sobre ese entendido, dichas acepciones son acciones ejercidas desde lo humano, en su desenvolvimiento social conformadas por múltiples significaciones que adquieren diversos valores fundamentales para las personas dentro de una comunidad, de los cuales resaltamos el supuesto de que toda construcción social comienza desde lo individual. El individuo no nace miembro de una sociedad, sino que nace predestinado hacia la sociedad para después hacerse miembro y el patrimonio cultural entra en esa dinámica porque es reflejo de pertenencia e impulsa este sentido de identidad.

La identidad se forma por procesos socioculturales. Una vez que se cristaliza, se mantiene, modifica y (re)significa por las relaciones sociales, el patrimonio es, por tanto, prueba viva de ello. Dichos procesos, tanto en la formación como en el mantenimiento de la identidad, se determinan por el contexto sociocultural, entonces la identidad surge de una relación entre individuo y la sociedad, de manera que el patrimonio cultural es el ejemplo latente de esos vínculos y ahí se puede percibir lo esencial que le es el valor social.

En este reconocimiento, aunque sea a grandes rasgos, se puede diferenciar qué tipos de manifestaciones culturales producidas en sociedades por la humanidad son dignas de conocerse, de resignifcarse y preservarse por su relevancia social. Entonces deben considerarse aspectos importantes que comprenden criterios de carácter histórico, artístico, antropológico, legal, y otros, empleados en diferentes épocas y en cada sociedad para establecer el valor de los bienes y prácticas culturales; también se puede explicar cómo se han organizado las instituciones y las leyes dirigidas a garantizar su conservación y/o salvaguardia. Se vuelve susceptible justificar la intención educativa en los procesos de enseñanza-aprendizaje que han pretendido orientar en el conocimiento y la valoración del patrimonio cultural como símbolo de identidad y referentes de un grupo social y/o de una comunidad.

Asimismo, esto muestra cómo la idea de bien cultural se ha ampliado progresivamente, en ella se incorporan, además de monumentos y sitios históricos, obras de arte, tradiciones, lenguas repletas de conocimiento, elementos bibliográficos, materiales, formas de hacer, entre otros, cuya significación no tiene porqué ser solo la histórica, artística o etnográfica (por nombrar algunas), sino que son valiosos por referirse a manifestaciones de la actividad humana en general, en su interactuar y relacionar, por ende; en su significado.

Entonces se resalta un aspecto esencial en el patrimonio cultural, el cual refiere a las personas, a las comunidades que se apropian de y significan sus bienes, cuestión que se torna en un tema sensible y delicado. Siendo así que consideramos al patrimonio cultural como aquello que expresa la solidaridad capaz de unir a quienes comparten un conjunto de bienes y prácticas que los identifica. Suele ser (también) un elemento de complicidad social. Esto quiere decir que las personas y sus comunidades se hallan inmersas en una interminable interacción con los entornos donde habitan, esta dinámica conlleva a que la gente dote de significados a estos sitios, objetos y/o prácticas a partir de aquellas vivencias que dejan una huella indeleble en la memoria colectiva.

Gracias a este inherente valor es que ha despertado el interés de diversas disciplinas de estudio, por las formas de vida y esto ha permitido que el valor social sea visto como materia prima en la formulación de políticas y legislaciones en cuanto al patrimonio, sin embargo, hay todavía un gran trecho que recorrer para que podamos encontrar casos de éxito en cuanto a la distinción del valor social en los bienes y prácticas culturales.

Para finalizar, pareciera evidente la importancia de este valor, porque la cultura es resultado de las interacciones sociales y el patrimonio es reflejo de ello, aunque cobra mayor peso cuando la reflexión recae en la satisfacción del anhelo humano de reconocimiento y pertenencia, de tener un lugar en este mundo y fundirse en las historias, los sitios, los bienes y las prácticas.


Fotografía: Juan Tonchez