Por Pedro Andrade Martínez
En arqueología (al igual que en muchas otras disciplinas), el factor más importante a considerar es el contexto en el cual se realizan los descubrimientos. Sin embargo, no es menos cierto aquella máxima postulada por Ian Hodder, prestigioso arqueólogo británico, que indica que “en la punta de la espátula se encuentra la teoría del arqueólogo”. Lo que trata de decir es que las interpretaciones que se realiza sobre un contexto objetivo, se vuelve subjetivo por la carga fenomenológica de quien la lleva a cabo.
Si extrapolamos esto a la realidad nacional actual, podemos aproximarnos a entender el fenómeno que se ha dado en el contexto de manifestaciones que ha desembocado en la remoción de varias estatuas en distintas ciudades. Las estatuas, en cuanto monumento público, se puede transformar en patrimonio de una comunidad, en tanto y en cuanto ésta le entregue un valor específico en términos de memoria e identidad. De esta forma, un bien patrimonial para una comunidad no requiere de una declaratoria específica para ser entendido como tal. Un ejemplo: el Campus Central de la Universidad de Concepción, desde mucho antes de su declaratoria en 2016 como Monumento Histórico, era considerado por la comunidad penalista como parte de su patrimonio, identidad y memoria. Estas características, así como muchas otras que son parte integral de las comunidades, no son monolíticas. Por el contrario, son mutables en el tiempo y sujetas a la resignificación por parte de la comunidad que las auge. Lo que en un momento se consideró como patrimonial en un grupo humano, puede dejar de serlo, por circunstancias de diferente naturaleza.
La estatua por la estatua pierde sentido si las comunidades no son parte activa de la conceptualización de dichos monumentos, transformándolos en lugares de significación en cuanto la identidad local de donde se encuentran insertos. Muchas veces los monumentos nos pueden recordar de circunstancias dolorosas de nuestra historia, los cuales debes ser recordados con el fin de evitar que ocurran nuevamente. Esa es la base de la conformación de los sitios de memoria, por ejemplo. Por otro lado, pueden dar cuenta de la forma en que las ciudades y las personas que las conforman fueron construyendo su historia e identidad.
Frente al retiro de estatus que hemos visto en los últimos días, vale la pena preguntarse sobre el fenómeno que se encuentra detrás de estas acciones. Volviendo a Hodder, nuestra interpretación subjetiva de un monumento objetivo se encuentra premiada por experiencias personales sobre el mismo. Retirar una estatua sin duda poseerá para algunos un carácter reivindicatorio y de descolonización de la forma en la cual la historia nacional ha sido construida. Para otros, significará la destrucción de parte del paisaje urbano con el cual han convivido por años.
No basta con dejar la estatua en su sitial o con retirarla, sino con problematizar aquello que la estatua representa para la comunidad y cómo esta resignifica su identidad de manera permanente. Esto resulta fundamental en el marco de la Ley de Patrimonio Cultural, la cual fue ingresada al Congreso Nacional y aún no se discute. En dicho cuerpo legal, se excluye de estas problemáticas a las comunidades locales. No parece correcto, entonces mantener esta visión, ya que de lo contrario el retiro bustos y estatuas continuará dándose ahora o en el futuro, toda vez que es el simple reflejo de una sociedad a la cual se ha excluido por decreto de la discusión sobre su propio patrimonio, memoria e identidad.
Fuente: Dafna Goldschmidt Levinsky