Por Celso Ubaldo de la Sancha
El considerable número de sociedades prehispánicas que se asentaron en lo que es hoy territorio nacional, impone reconocer que no sólo nos han legado las expresiones culturales que proyectan los múltiples grupos étnicos aún subsistentes, sino infinidad de vestigios arqueológicos, que en forma accidental o deliberada y pese a destrucciones, saqueos y pérdidas de origen natural, han logrado prevalecer a lo largo y ancho nuestra amplia geografía, en cantidades tales que podrían superar los descubrimientos hasta ahora realizados, pues así lo permiten suponer los imperecederos hallazgos de que esporádicamente dan cuenta diversos medios de comunicación; sin descontar la existencia de aquellos que habitualmente pasan desapercibidos, por los más diversos motivos: desconocimiento o falta de concientización sobre sus implicaciones e importancia; resistencia a alertar a las autoridades competentes, por las posibles implicaciones que ello tendría en cuanto al posible uso y destino de los espacios en que se localizan; la execrable motivación económica de quienes promueven o realizan saqueos, etcétera.
La trascendencia que tiene la preservación de tan amplio legado queda al margen de toda duda, ya que posibilita indagaciones que ponen al descubierto las cosmovisiones de nuestros pueblos originarios, de los que el mestizaje nos ha hecho legítimos herederos; además de que, como bien lo apuntaba don Jaime Torres Bodet, “valor y confianza ante el porvenir hayan los pueblos en la grandeza de su pasado”; esto mediante los diagnósticos que aportan las disciplinas de estudio atinentes: la arqueología y la etnografía.
Lo aportes de las culturas precortesianas al patrimonio cultural de México y del mundo revisten las más variadas expresiones, pues fuera de la magnificencia de edificaciones y monumentos, que hablan de los importantes logros alcanzados en escritura, pintura, escultura, astronomía, arquitectura y matemáticas, a menudo se pasa por alto el infinito número de palabras que sus múltiples lenguas han aportado a la castellana, que no sólo de este modo ha sido enriquecida, tal y como lo ilustra la deleitable e inspirada poesía consignada en los Cantos de Huexotzingo. En dicho tenor cabe inscribir además sus contribuciones a la amplísima gastronomía mexicana, mundialmente reconocida.
En virtud de lo expuesto, toda destrucción, pérdida o saqueo implica la imposibilidad de descubrir o profundizar en sus cosmovisiones; de acceder a sus sitios de residencia y al probable conocimiento de nuevas y desconocidas formas de arquitectura, escritura o pintura; de seguir asombrándonos de la exquisitez de sus piezas escultóricas; en fin, de posibilitar a las generaciones futuras la oportunidad de llegar a conocer esas importantísimas formas de manifestación cultural de nuestros ancestros, de los que, como se ha dicho, en ningún modo hemos estado desvinculados, a diferencia de otras naciones, en las que su concerniente memoria quedó arrasada o en el olvido, por simple desinterés o por la renuencia a la mezcla de razas.
Por ello es importante ocuparnos en generar en torno al tema una extendida conciencia en el grueso de la población nacional, reconociéndose el valor de todas las manifestaciones arqueológicas y no únicamente el de las vinculadas a las sociedades descollantes; en procurar que en los distintos ámbitos y niveles de gobierno se dispongan los presupuestos y las acciones que tiendan a la preservación de esa riqueza cultural, de la que para nuestro orgullo y gloria hemos quedado como beneficiarios, pues sólo así podremos lograr su efectiva y completa preservación, de modo que continúe siendo fecunda fuente de inspiración, que posibilite la generación de nuevas manifestaciones en el mundo de las bellas artes, como ha venido ocurriendo a la fecha, asegurándose así la antiquísima e ininterrumpida influencia cultural, a la que en ningún modo fueron ajenas las propias culturas pretéritas.
Hace falta además el promover una legislación en la que las sanciones a los saqueadores –especialmente a los habituales– sean ejemplares y disuasivas, y que se castigue con igual rigor el traslado de piezas al exterior, así como la posesión con fines estrictamente monetarios y ajenos a un sentimiento nacionalista; el proscribir hipótesis de infracción en que, en su tiempo, pudo quedar ubicado el proceder de quienes ahora son reconocidos como rescatistas y salvaguardas de buena parte del amplio patrimonio nacional hasta ahora conocido. Sería importante ponderar además el que se autorice y fomente la participación de la iniciativa privada en fundaciones que tengan, entre otros fines, el recaudar recursos para promover exploraciones y salvamentos, que cuenten con la vigilancia de las autoridades gubernamentales del ramo y con la intervención y coordinación de expertos, para efecto de los concernientes registros, restauraciones y resguardos; la edificación y habilitación de nuevos museos, en los que sean constantes las exposiciones itinerantes de todo el acervo nacional, puesto que en la mayoría de los existentes, principalmente en los de provincia, éstas son marcadamente raquíticas; en el entendido de que, invariablemente, las piezas y edificaciones seguirían siendo patrimonio nacional, ya que, de ser necesario, se otorgarían en comodato.
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Sobre el autor: Maestro en derecho. Ha desempeñado distintos cargos en el Gobierno del Estado de Guerrero, y desde 1995 ha colaborado como articulista y ensayista en los periódicos “Pueblo”, “Novedades de Acapulco” y “Diario 17”, así como en las revistas “Altamirano” del H. Congreso del Estado, “Decisión Ciudadana” del Consejo Estatal Electoral, “Tribunal’L” del H. Tribunal Superior de Justicia del Estado, “Vox Iustitia” del Colegio de Proyectistas y Secretarios de Acuerdos de Sala del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Guerrero A. C. (de la que es fundador), así como en la “Revista de divulgación”. Es autor del libro “La autonomía constitucional del Ministerio Público”.
Fotografía: Colección arqueológica del Museo Comunitario Huamuxtitlán / Autor: Juan Tonchez (cc)
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