Por Selene Velázquez
Érase una vez una bonita casa de sillar de caliche que existió en algún lugar remoto del noreste del país… Y así, como si fuera un cuento, les platicaré lo que sucedió por mi tierra hace no mucho.
No más allá de un par de meses el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (CONARTE), me invitó a dar un recorrido por las calles de un pequeño poblado del estado para que hablara de arquitectura norestense junto con la cronista de Marín; conocido regionalmente por sus bolitas de leche quemada con azúcar, los orígenes del municipio se remontan a un conjunto de haciendas del siglo XVII, las cuales crecieron hasta convertirse en la Villa de San Carlos de Marín un 16 de Julio de 1807.
Cuando me invitan a dar el recorrido lo primero que hago, (después de aceptar, claro) es hacer una visita de reconocimiento al sitio, para poder escoger los inmuebles y la ruta a seguir el día de la plática. Nunca está de más decirles que el pueblo es una belleza, grandes casonas de sillar y adobe bajo un cielo azul conforman la traza de damero del poblado, las construcciones, si bien luchan por sobrevivir a la vorágine de los nuevos estilos y métodos constructivos, siguen en pie.
Las elegidas fueron siete, todas del siglo XIX.
Las casonas eran perfectas para observar parte de la decoración geométrica y austera de la arquitectura norestense, para poder ver la fábrica de los muros y otras más eran ideales para hablar de la pintura a la cal y su importancia en la arquitectura de tierra.
De entre todas como siempre había una especial, el inmueble estaba en una esquina, de unos 4.50 metros de altura era, sí era, un gran ejemplo de arquitectura norestense: prevaleciendo el macizo sobre el vano, el edificio era el indicado para mostrar cada detalle de él, aún con parte del terrado y en otra zona colapsado, la casona aún conservaba parte del aplanado de cal arena y herrerías contemporáneas a su creación, así que, sin duda, sería la estrella del recorrido por Marín.
Quince días después se llegó el momento de comenzar, llegamos a la calle, Porfirio Díaz esquina con Juárez, sí, era la dirección correcta, pero algo estaba mal, la casa, simplemente ya no estaba: ¿Se la habrá llevado un tornado como a la casita de Dorothy en el mago de Oz? ¿Habrían acaso arenas movedizas debajo? ¿Qué sucedió?
Si el poste de luz seguía ahí, la lámpara, el anuncio de “alto” también, ¿entonces por qué la casa había decidido irse?
A menudo el patrimonio arquitectónico del país se cae solo, de noche o de día. Y es así como al predio vacío llegará una tienda de conveniencia o una nueva casa hecha de concreto, desapareciendo poco a poco la arquitectura vernácula.
Lo más interesante del caso es que en el atrio del templo, tal cual como si fueran reliquias, algunos vecinos decidieron llevar sillares que en otrora formaban parte de la construcción “ahí vivía doña Chonita, todavía nos acordamos, no sabemos por qué la tiraron, seguido tiran casas, pero esa era especial, y como quiera la tiraron”.
Y es que si bien, los recorridos por los municipios del estado de Nuevo León sirven para conocer sobre su historia, gastronomía y arquitectura, son en definitiva un buen ejercicio para mostrar (e incluso demostrar) que tenemos patrimonio, y mucho, porque no se conserva lo que no se valora, por naturaleza solemos tenerle miedo y rechazo a lo que desconocemos, al hablar de la preservación de inmuebles el temor es la restauración. Cuando se ve una cubierta colapsada, cuando los adobes o el sillar de caliza se está deshaciendo se cree por lo general que la salida más sencilla es derribar. Contrario a lo que se pudiera pensar, las cubiertas de terrado perfectas para el clima extremoso del noreste pueden recuperarse, así como los aplanados de cal arena para los muros de sillar.
En el camino se anda, mientras más se hable de que el patrimonio del noreste es igual de valioso que el del resto del país, empezaremos por creérnoslo nosotros mismos, para a partir de ello hacer todo lo posible por preservar el patrimonio edificado que aún nos queda en toda la región y si no me creen, las puertas están completamente abiertas para que recorramos desde Anáhuac o Lampazos de Naranjo a Dr. Arroyo y se maravillen de la arquitectura que tenemos en el noreste mexicano.
Fotos: Selene Velázquez (c)
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