Por Marlen Mendoza
Así como se puso de moda la gentrificación, hay temas o fenómenos urbanos que cruzan al lado oscuro y comienzan a reproducirse cual Gremlins (sin control y a lo loco), se abordan y discuten inclusive en plataformas “no especializadas”; esta ocasión hay un debate latente entre una no tan nueva tendencia sobre privatizar el espacio público.
Primero sería prudente y adecuado tratar de definir cuál es ese “espacio público”, podría desatar una oleada de términos y puntos de vista, pero como siempre voy a dar mi personal conceptualización; la mayoría de los ciudadanos laboralmente activos tenemos que pagar tributo a nuestro gobierno por el simple hecho de pertenecer a una sociedad “civilizada”, es decir pagamos impuestos, con los cuales se financian vacaciones a Europa, ropita nueva en L.A., helicópteros privados, sueldazos para funcionarios públicos, casas blancas y hasta entretenimiento para adultos, aunado a otro kit digno de la realeza que encabeza nuestra pirámide social, el sobrante (si lo hay) es empleado en “mejoras, mantenimiento, infraestructura, equipamiento y rehabilitación” de los espacios públicos más un largo etcétera. Estos lugares incluyen plazas con kiosquito, áreas verdes, banquetas, vías vehiculares, mobiliario urbano, pasos peatonales, ciclo vías, algunos polideportivos entre otros espacios en los que uno puede andar, caminar o estar libremente. Dado que todos ponemos nuestro grano de arena para que estén ahí. El gobierno es entonces, un desplifarrador administrador de nuestros recursos.
Cabría aclarar éste es un tema pantanoso ¿Realmente vemos reflejados nuestros impuestos en el espacio público? Diría NO y tampoco voy a deshilvanarme despotricando contra el SAT, ni pretendo hacer recuento en cifras de cuánto dinero se emplea en dichas áreas, pues sabemos de antemano es una burla, así que no se espanten. El tema va en una cuestión urbana y arquitectónica: ¿Qué pasa con el descuido de los espacios públicos? Fácil, hay de dos: o se convierten en focos de delincuencia, violencia y narcomenudeo o alguien se adueña del espacio y lo privatiza.
Es bien sabido que la naturaleza del ser humano es mayoritariamente destructiva, sobre todo con las cosas que “no le cuestan”, muchas son las muestras de vandalismo y “gandallez” presentes en iniciativas de buena voluntad, es así como escarmentamos a la mala y todo debe tener un costo inmediato para que aprendamos a valorar y apreciar algo, por ejemplo: la eco-bici, una buena iniciativa ¿por qué no las implementan en Iztapalapa o en Ecatepec? La mayoría de las personas que viven en éstas zonas no cuentan con una tarjeta de crédito con $5000 pesos disponibles o pagar el costo de la renta de una bicicleta ($90.00 por un día) es mayor al salario mínimo en el D.F. ($70.10), lo cual obligaría a ser un servicio enteramente gratuito y al ser una de las zonas más inseguras de la ciudad, implica que las robarían; caso de un sistema innovador privado y exclusivo para un sector poblacional privilegiado. En otro contexto (la realidad de otros) pagar casi 100 pesos por un lo-que-sea-menos-café, en uno de estos Starbucks para poder sentarte a leer, platicar, navegar, etc. sería mucho más placentero si fuera en un parque o plaza, pero nos fascina la sensación de “status” que otorga sumergirnos en esas peceras petulantes; las plazas comerciales son una oda al consumismo, ingeniosamente ubican las zonas de descanso en el área de comida rápida, a la cual accedes después de recorrer más de la mitad de la plaza y para salir de ellas debes cruzar la restante. Las plazas y locales comerciales están en propiedad privada ¿qué pasa entonces en la vía pública?
Supongamos abren una cafetería, hoy en día los comercios son minúsculos y no cuentan con más de 5 mts. de frente, al hacer números entre las áreas mínimas necesarias para la cocina, preparación, equipo, exhibición, sanitario y bodega, consumen aproximadamente un 85% del total del local y el restante queda en apretujadas circulaciones, entonces ¿dónde colocan mobiliario para consumir lo adquirido en el establecimiento? Es correcto, la vía pública. Ciertamente no es una norma absolutista y los hay con áreas disponibles para los comensales, sobre todo en restaurantes y fondas, también he notado una creciente apropiación del espacio público, al grado de obligarte a transitar a través del comercio tras sembrar bancas, mesas, lonas, etc… primero disfrazadas como “mobiliario de apoyo” para posteriormente convertirse en “área para fumar”.
He andado por Coyoacán, encuentro una banca, me siento a platicar y se acerca un mesero ofreciendo la carta ¿debo consumir algo para poder usarla? ¿No se supone estamos en la banqueta? Pero no, estás efectivamente en la banqueta, frente a su local y le pertenece, hay duelos a muerte a las afueras de “El Jarocho” por un nano pedazo de asiento, cuando sería mucho más fácil pedir tu café y salirte a caminar y hallar lugar disponible en cualquier cuadra, al parecer nuestros impuestos no alcanzan para equipar mobiliario urbano de éste tipo. Queda abierta la posibilidad de quien los implemente adueñarse de él, quizás en una de esas ponemos bancas que funcionen cual parquímetro, colocas una moneda y se te permite estacionar tu humanidad, de menos sería más justo y barato que obligarnos a consumir en un establecimiento solo por el hecho de querer disfrutar de la ciudad.
Trabajo muy cerca del corporativo de grupo Elektra, que a bien su arquitectura es tema que se cuece aparte, hay una serie de mini camellones sobre la calle camino a Santa Teresa y sobre ellos un letrero que dice “éste jardín lo cuida Grupo Elektra” con unos lindos bambúes para delimitarlo, prácticamente es imposible transitar ahí pero Elektra lo cuida. Se apañan las áreas comunes en desarrollos habitacionales, aquellos vecinos con una porción de jardín frente a su ventana al podarlo o limpiarlo les genera una sensación de propiedad sobre el mismo, cosa que desata verdaderas batallas campales aun cuando es un espacio de todos y para todos. El «franelero» al colocar cubetas en la calle se apropia de la vía pública y se transforman en verdaderos terroristas si nos negamos ante su clásico “ay con lo que guste cooperar”.
Casos hay sin duda muchísimos, algunos extremistas otros más sutiles, la cuestión aquí es quién puede regular éste fenómeno o si existe alguna solución arquitectónica. Me gustaría pensar en un esquema de ciudad en el que puedan coexistir lo público y lo privado sin que la diferencia sea evidente en cuanto a calidad y ubicación. Tenemos una tarea difícil ante un panorama desconcertante y abrumador de una ciudad fragmentada en la cual prevalece una carencia de respeto y por tanto la cohesión. Sería útil considerar proyectos que generen puntos de reunión y convivencia, plazas y espacios de recreación. Estoy segura no soy la única que se ha planteado tales interrogantes, al igual que no es exclusivo mi descontento ante acciones que secuestran el espacio público y los ciudadanos no tenemos forma de recuperarlos. ¡Cuidado con el rayo privatizador!
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