DE LA CASA #47: SINSABORES DE LA COTIDIANIDAD/ MMV.

47

Por Marlen Mendoza

La siguientes líneas van cargadas de un significado especial por ser la primera entrega del año, y a propósito de la nostalgia que conlleva el cierre de un ciclo, así como también el 5° aniversario de la revista ArkEopatías, para la cual me siento extremadamente honrada de colaborar.

En un principio este texto iba dedicado a una mujer que me ha inspirado desde que decidí enfilarme hacia la arquitectura; brilló en un tiempo en el que la profesión de arquitecto se consideraba exclusiva para hombres, dejó en su camino una estela de logros, los que van desde verdaderos hitos urbanos en su adoptada ciudad São Paulo hasta incursiones en las artes plásticas; ella es un verdadero ejemplo de la fortaleza alrededor de la mujer y una vida dedicada al arte, la cultura y el pueblo: Lina Bo Bardi.

Por situaciones lamentables, aquel borrador quedó en otras manos, y por alguna razón, ya no pude retomarlo. Prefiero entonces, presentar algo que no estuviera bajo la sombra de un trago amargo. Hice un breve viaje a mi natal Guanajuato, es curioso, cada vez voy menos y cuando lo hago, noto cambios significativos en su estructura, además que mis ojos van evolucionando y lo que antes me parecía una locación vacacional (aburrida y monótona) ahora me parece una válvula de escape para encontrarme cuando estoy perdida o reflexionar cuando necesito aplacarme. Durante el camino, observaba los suburbios de algunas ciudades como Salamanca, Irapuato, Celaya y Silao; lo que vi, es responsable del tema que a continuación les presento, ojalá les produzca la misma inquietud que a mí.

La pregunta inicial es: ¿Estamos generando patrimonio para las futuras generaciones?

El común denominador entre todas las ciudades enunciadas con anterioridad, es la vivienda en serie, ese ready made se caracteriza por ser desarrollos de gran extensión territorial, escasas áreas verdes, espacios angustiosos con minúsculos 45 m² y una cuantiosa dotación de mediocre diseño arquitectónico, estructural, paisajístico y reparo en el impacto ambiental.

No pretendo ahondar mucho en éste esquema, quizás con suerte, en otra ocasión será; pero dejaré unos datos que me encontré sobre un fraccionamiento de la desarrolladora GEO, ubicado en Celaya, Guanajuato: “Villas de Elguera”, ofrece viviendas de 67.5 m² de terreno con 49.4 m² de construcción, a dos niveles. Cuenta con 2 recámaras, 1 cajón de estacionamiento, 1 baño completo y patio de tendido; se entrega en obra blanca con loseta vinílica en áreas comunes y azulejo en zona húmeda, muebles de baño, tarja y calentador automático para un servicio. Lo anterior por $311,000.00 pesos, lo cual nos lleva a un resultado de $4,607.00 el m² de venta, si lo comparamos con los $60,000.00 el m² promedio de venta en Polanco, hay una diferencia escalofriante, que marca una desigualdad en lo que debería ser un derecho digno de todos los ciudadanos.

Me llamó mucho la atención estos casos particulares, pues la vivienda de interés social es la que ocupa un mayor porcentaje en el país y es preocupante; no sólo por las condiciones de vida que le estamos entregando a los usuarios, también lo es en el sentido patrimonial ¿Estas son las edificaciones que estamos legando a las futuras generaciones?

Es aterrador pensar: estamos generando más basura arquitectónica que obras significativas de una época, todo aspirante a arquitecto, sueña y anhela con dejar un objeto que sea lo suficientemente bueno para aparecer en los libros de historia y como fuente de inspiración para el estudio de su composición, solución estructural, materiales novedosos y sistemas constructivos envidiables, sin embargo la realidad es que pocos son los que van a poder lograrlo, eso no significa que el resto debamos fabricar verdaderos monumentos a la incompetencia, corrupción, autoritarismo y falta de sensibilidad (sensibilidad la cual se presume nos enseñan a desarrollar en la escuela y pulimos a lo largo de la vida profesional).

La arquitectura cual espejo, refleja la realidad de una sociedad, un tiempo específico, la tecnología disponible y un lugar determinado. No es lo mismo construir vivienda en Puerto Rico en una zona de clase media a en Ámsterdam. Lo que nos lleva a pensar, ¿Qué dice la arquitectura de los mexicanos como sociedad? Lo que viene a mi mente es: fragmentación y ruptura, somos una sociedad a pedazos y es lógico que nuestra arquitectura sea así también; suelo hacer énfasis en la reflexión y el compromiso al momento de involucrarse en un proyecto arquitectónico, todo lo que colocamos hace ciudad, no sólo las casas o los edificios, por tanto ¿hasta dónde estamos realmente comprometidos para erigir una ciudad digna de formar parte del patrimonio histórico?

Otro ejemplo que me salta a la mente es la nueva escultura de Sebastián, El Guerrero Chimalli con 60 m. de altura, se impone sobre el contexto de Chimalhuacán, Estado de México, y es a mi gusto una oda a lo ridículo y excéntrico de la peor manera posible. No sólo aturde su monumentalidad, puesto que, a palabras de Sebastián, evoca al sentido de los dólmenes o menhires, lamentablemente sin discutir la plástica y composición de lo que parece un muñeco de acción para niños, las proporciones son el primer fallo del objeto, ubicado en un contexto árido y gris, con viviendas y comercios no mayores a tres niveles, ese monigote color rojo encendido parece en fotografía una parodia gráfica realizada en Photoshop. Muestra de la caprichosa y desenfadada elección de un objeto aislado sin el menos índice de identidad y una pésima ubicación, costó 35 millones de pesos (pareciera que vivimos en el primer mundo y podemos darnos el lujo de derrochar tremenda suma de dinero). Sabemos que Sebastián es de los consentidos, no existe ningún otro artista que presuma de tener más obra en espacios públicos como él (para nada sospechoso, no seamos mal pensados).

Basta con dar un recorrido por la ciudad para notar la falta de cohesión, el pobre lenguaje y las carencias con las que cuenta. Quizás valdría la pena replantear cuál es la finalidad de hacer arquitectura. Ya sea porque es un lucrativo negocio, un buen camuflaje para el desvío de fondos o corrupción, funge como objeto de poder (aquella nada humilde casa blanca, de la que tanto se habló hace unas semanas) o simplemente es un camino directo a la “fama” y la farándula bananera de la sociedad mexicana; nada de lo anterior es material para constituir un patrimonio arquitectónico sólido, son un montón de banalidades efímeras y volátiles.

Entonces, ¿Cuáles son nuestras posibilidades reales de edificar el patrimonio arquitectónico futuro? ¿Qué necesitaríamos para llegar a ello? ¿Nuevamente vamos a dejarle la mayor responsabilidad a las escuelas de arquitectura ante la carencia de un patrimonio planeado y sólido?

Convendría reflexionar, me imagino y aclaro que estoy especulando de una manera romántica e idílica, cuando la Ciudad Universitaria estaba aún en papel, ¿Pensarían que se convertiría en un ícono de la arquitectura mexicana? ¿Habría concebido Juan O’Gorman las casas de Frida y Diego como un patrimonio a futuro, dado su valor y aporte plástico? Creo que no, simplemente eran profesionales entregados con amor y pasión en su labor. Bajo ésta premisa puedo concluir que: es imposible vaticinar qué objeto va a ser o no patrimonial, por tanto lo que nos corresponde es reivindicar el quehacer arquitectónico y urbano, para producir obra de calidad y con conocimiento y respeto; entonces sí, que las generaciones futuras juzguen y valoren cual será merecedor a preservarse.

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ArKeopatías opera bajo una licencia Creative Commons, Atribución-NoComercial 2.5 México, por lo que agradecemos citar la fuente de este artículo como: Proyecto ArKeopatías./ “Textos de la casa #47″. México 2014. https://arkeopatias.wordpress.com/ en línea (fecha de consulta).

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