Bertha Hernández
La pretendida “restauración” de que fue objeto El Caballito, una de las obras artísticas emblemáticas de la ciudad de México, se frenó gracias a la presión de numerosos partícipes de las redes sociales. Inti Muñoz, director del Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México, reconoció ayer sábado, en un mensaje publicado en el muro de Facebook del especialista Guillermo Tovar de Teresa, que los trabajos de “protección y mantenimiento” de la obra de Manuel Tolsá, se iniciaron sin contar con los permisos y supervisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia en lo que llamó un caso de “descoordinación”.
La movilización de historiadores y especialistas de diversas generaciones, preocupados por el destino de la que Guillermo Tovar califica de “quizá, la estatua ecuestre más importante del continente”, demostró que el uso de las redes sociales pueden generar un diálogo fructífero. Tovar de Teresa, uno de los especialistas en historia del arte novohispano más reconocidos, es categórico en su conversación con CRÓNICA: la pretendida “restauración” de El Caballito fue una acción “totalmente irracional”, con una “absoluta falta de sentido técnico”, y señaló como directo responsable del fallido procedimiento, al arquitecto Vicente Flores Arias, que en el organigrama del Fideicomiso del Centro Histórico ocupa el cargo de Director de Desarrollo Inmobiliario.
En el mensaje colocado por Inti Muñoz en el muro de Tovar de Teresa, el director del Fideicomiso del Centro Histórico se comprometió a que ningún trabajo en torno al Caballito continuará sino “hasta que el INAH lo autorice en todos sus términos”, y accedió a que algunos especialistas en restauración, además de los arquitectos Jaime Ortiz Lajous y Marco Aurelio Maza, involucrados en el caso a partir de una propuesta de Guillermo Tovar, participen, en calidad de grupo se seguimiento, del curso de cualquier trabajo que pretenda hacerse sobre la estatua de Carlos IV, que el próximo diciembre cumplirá 210 años de haber sido develado en el Zócalo de la ciudad de México.
El Caballito –apuntó Guillermo Tovar- “es parte del imaginario citadino de la capital mexicana”. Su proyecto, iniciado en tiempos de Miguel de la Grúa, marqués de Branciforte, virrey de la Nueva España entre 1794 y 1798, se convirtió en realidad hasta los primeros años del siglo XIX, y fue pensada para presidir la plaza mayor de la capital de la Nueva España. Eso explica sus dimensiones y su fuerza. “Con la guerra de Independencia” –agrega Tovar- “hubo quien consideró la posibilidad de fundirla. Pero la gente pensante de aquella época, lo evitó”. El Caballito se salvó y fue refugiado en el patio de la Universidad. Después, el arquitecto Lorenzo de la Hidalga lo trasladó al lugar donde se convertiría en una de las imágenes representativas de la ciudad: el fin del paseo de Bucareli, cercano a la plaza de toros decimonónica.
Allí, en lo que después se convirtió en el cruce de Paseo de la Reforma, y Bucareli, El Caballito permaneció 127 años y se integró a la ciudad que crecía. “Las rutas de camiones que pasaban por allí llevaban en sus rótulos al Caballito”, rememora Guillermo Tovar, quien considera un error haber trasladado la obra de Tolsá a su actual emplazamiento, en la calle de Tacuba, a las puertas del Museo Nacional de Arte: “la escala de la escultura se pelea con la de los edificios”, pues, señala, “se perdió la posibilidad de ver al Caballito a la distancia”, como se planeó originalmente. Pero por lo pronto, “la batalla se ganó”, reflexiona Tovar. La comunidad virtual que protestó abiertamente sobre la “restauración” se mantiene al pendiente del compromiso de Inti Muñoz, según el cual, “El Caballito debe quedar, al final, tal como se veía antes, sólo que restaurado y protegido”.