Por Lunarcita
Estimados Arkeópatas:
Habiéndose iniciado el ciclo de conferencias alusivas al centenario del natalicio de José Ma. Arguedas, es un gusto comentarles algunos de los puntos más sobresalientes de estas. En esta ocasión, tocó al Dr. Carlos Huamán hacer referencia a la imagen de Machu Picchu en la obra de José Ma. Arguedas, tópico bajo el cual comenzó su charla, bastante amena y colmada de relatos que enriquecieron la velada.
En alusión a la obra de Arguedas, indigenista por excelencia y magnífico recopilador de la idiosincrasia andina de inicios del siglo XX, el Dr. Huamán relató algunos de los conceptos más sobresalientes que el amauta peruano exaltó repetidas veces.
Con fuerza y nostalgia, con el recuerdo y la pujante modernidad del pensamiento «blanco» , se fueron forjando las visiones del propio peruano, tanto de sí mismo, como de su entorno. Es así, que con obras como «Todas las sangres» , «Los ríos profundos» y «Yawar fiesta» (por nombrar algunas), Arguedas plasmó la imagen del paisaje como entes vivos, que se relacionan en un tiempo diferente, pero en el mismo espacio que el hombre, con intereses, emociones y hasta facciones similares a las humanas.
Refiriéndose al tema central, Machu Picchu como espacio sagrado y político, el Dr. Huamán recalcó la importancia de este centro ceremonial como un lugar elegido por su situación geográfica, acorde con el simbolismo que se manejó durante el auge del imperio incaico. Y es que no fueron en vano las construcciones pétreas realizadas en «accidentes geomórficos», vaya pues, en las montañas.
Las elevaciones que son generalmente nombradas «Apu» o «Wamani» por la comunidad andina, llevan una carga simbólica de fuerza, grandeza y sentimiento que se extiende más allá de la cima, abarcando hasta las faldas de las montañas; estos segundos dioses, han sido elegidos desde tiempo previo al imperio incaico , por inspiración tanto de su color, como de la forma y todo lo que este nuevo «Apu» pudiera dar en beneficio de su comunidad. Es así como por ejemplo, Machu Picchu fue construido y sacralizado, donde la combinación del elemento montaña-selva-río, conjugó a la perfección un espacio donde pudiera habitar el Inca, además de los marcadores astronómicos y simbólicos que permitieran el desarrollo del culto al Sol y a la montaña.
En la anécdota arguediana, también se hizo mención de las formas en las que el «Apu» habla, en las que se hace notar: tanto los ríos que se forman de sus deshielos, que fluyen como sangre y nutren a las tierras de su comunidad, como algunos animales (como el cóndor) y elementos naturales (como las piedras) son quienes con la armonía que crean en el paisaje, realizan melodías perceptibles a quienes conviven de cerca con la montaña.
Y es este sentido, tan humano y natural de convivencia con el entorno, el que se ha ido diluyendo por la fuerza de otras costumbres ajenas a la andina; recuperada sólo bajo influencia de la memoria colectiva, la comunicación con la montaña, con la piedra misma, es fuente de energía para los habitantes del Ande. Inclusive, comentó Huamán, la montaña limpia de impurezas o males del espíritu, por esa impresión de grandeza que se comunica a manera personal con el hombre que acude a ella.
Recreando las impresiones de Arguedas, se comentaron al final las sensaciones que causaron en un chiquillo (interpretado por el autor) que enfrentó su visión indígena frente a las piedras talladas de Cuzco, tan magnificentes y vivas, con las del padre. Éste, quien lo llevaba de visita, un hombre hosco y retirado de los pensamientos nativos, se encontraba absorto en otras cosas, ya instalado en conceptos de practicidad (y un tanto de frialdad) de hombre «blanco», occidentalizado. El contraste de dos mundos, el hispanizado y el reciente con el toque de nacional-indigenismo que todavía podemos observar en algunos sectores peruanos.
Termino mi comentario, recalcando que bajo la obra de Arguedas y las aportaciones de los conceptos del Dr. Huamán, el concepto de paisaje en el imaginario andino (más que eso, en su cosmovisión) está directamente relacionado con elementos naturales, como la montaña, el río, la piedra, los animales y las relaciones que se tejen entre todos ellos, tendiendo un lazo donde el hombre y la naturaleza se comunican por estos medios.
Aunque nos parezca un tanto descabellado e incluso poco creíble, es necesario tomar en cuenta que las formas de comprender los espacios están hechas con el toque de historia, de vivencias y convivencias bajo la óptica de cada población.
Estos códigos obedecerán a la forma en que una comunidad se ubique en tiempo y espacio, y son válidas en cuanto que esta forma de concebir la «espiritualidad» de las «cosas» dan vida a la historia de una población, e incluso, de una nación como lo es la peruana. Queda a opinión de cada lector hacer una reflexión en cuanto al simbolismo que otorgamos a los espacios, y que en base a ello, podemos comprender otras formas de percibir la realidad.
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Fotos: Juan Tonchez (cc)
Gracias por el texto Lunarcita. Leyéndote, me vino una duda a la cabeza, ¿En qué «estado de la cuestión» están los estudios sobre arqueología del paisaje en Perú? Hay algo de bibliografía que podrías recomendarnos?