Por: Lunarcita
En días pasados se suscitó una tremenda polémica acerca de la acción de varios jóvenes que habían subido un video a YouTube donde mostraban la destrucción que pretendían realizar dentro de la huaca del Dragón, en la provincia de Trujillo (Perú) y que lograron a punta de pedradas y zapatazos en uno de los muros restaurados.
El escándalo levantó protesta dentro de todos los medios importantes del país: radio, televisión y prensa escrita, sin dejar de indignar mayormente a la comunidad arqueológica peruana. Tres adolescentes que viajaban con su grupo dentro de un paseo de excursión del 5o. de secundaria tomaron como un juego el haber sido incitados por otro de su mismo grado, imitando un acento español, a “malograr” la huaca. El saldo puede contemplarse con horror al visitar tanto la huaca como los portales del mismo YouTube con las noticias que condenaron el hecho.
La institución que más alzó la voz en conferencia de prensa fue el Instituto Nacional de Cultura, proponiendo un castigo ejemplar para los vándalos que sin ninguna clase de escrúpulo arruinaron parte de la mencionada estructura. Otros como el Ministerio de Educación también propuso que se les retuviera su certificado (algo similar a la boleta de calificaciones) y ponerles conducta “desaprobatoria” para el grado correspondiente. Y todo quedó en propuesta. Incluso uno de los padres disculpó el hecho que su hijo, uno de los participantes del acto vandálico, no sabía lo que hacía ya que no estaba conciente de la importancia del lugar que había visitado.
Estos fueron los hechos, pero más allá del hecho de la destrucción, vemos que hay algo más, algo profundo (sin sonar a la dimensión desconocida) que se ve, no sólo en el entendido de que la protección al patrimonio cultural es escaso o nulo, sino que hay una evasión a niveles institucionales “pasándose la bolita” al aplicar las sanciones que se deberían poner en práctica por hechos en extremo reprobables como este.
La pregunta del millón es ¿A quién le importa el patrimonio? ¿Sólo al investigador, al arqueólogo, al antropólogo y todos sus derivados? ¿Al maestro, al padre de familia, al colectivo social, a la patria, a las instituciones? Pero la destrucción si bien explícita en este caso, ¿no lo es también cuando se realizan eventos sociales dentro de las estructuras arqueológicas?
Retomando los posts de mis compañeros como el caso de la Guelaguetza en Oaxaca y Bali en Indonesia, donde se permiten los accesos para interactuar dentro del espacio y realizar actividades, dando cabida a festivales étnicos que propician la continuidad de las tradiciones y la cohesión social, llegan al extremo ridículo cuando se le da un uso indiscriminado y sobreexplotación del mismo sitio con actividades disfrazadas de “culturales” y que no entienden de capacidades espaciales; esto sin contar con la poca educación y respeto que muestra mucha gente (sin importar nivel socio – económico al que se adscriba) al alterar los edificios, dejar desperdicios, llevándose “una piedrita de recuerdo” y por último en la más grave instancia, destruyendo total o parcialmente el sitio.
Esto se empieza a notar con grave frecuencia cuando se realizan excursiones o visitas por parte de los colegios dentro de zonas arqueológicas (sustentado por las pintas y destrucciones cercanas que quedan como prueba para la posteridad) , notando el grado de instrucción que los profesores otorgan al alumnado, al futuro ciudadano inconsciente del valor de su cultura puesto que se ha suprimido la conciencia histórica que en otros tiempos fue vital dentro de la enseñanza básica.
Por un lado, es fácil condenar este tipo de hechos; analizar y resolver el problema de fondo, es lo difícil. La gran problemática de la arqueología cuyo fin principal es recuperar y proteger el patrimonio tangible e intangible debería estar sustentada en una legislación real que pudiera salvaguardar dentro de todos los matices, el mismo patrimonio dentro de cualquier nación, pero instalándonos en la realidad, pocas veces nuestra voz es escuchada a sabiendas de que las prioridades gubernamentales están enfocadas en otros aspectos que nunca se verán por completo resueltos: salud, educación, vivienda, y lo que sigue en la interminable lista donde en la colita queda la cultura.
Y es precisamente la cultura y la educación que ya se disuelve fácilmente desde el hogar lleno de tecnología mal implantada y desinterés por los valores, pasando por las aulas donde se suprime el patriotismo, la educación cívica y la historia (para que no se agobien los parvulitos) que cosechamos a esta generación a la que no le importa ni le duelen sus monumentos, sus pirámides, sus sitio, su historia, porque ya no es suya, es mundial, ya no hay amor por la patria, ni se diga de las tradiciones.
Es entonces, que vuelvo al post de la compañera Nancy, donde plantea las problemáticas del arqueólogo para añadirle otra: “vive aterrado por lo que te espera, aparte de verte sin radio de acción porque para las leyes, hay cosas más importantes que tus piedras, OK? “
A menos que de verdad actos como este hagan mella en la conciencia colectiva, poco se puede hacer mientras los sitios sufren en silencio el maltrato que poco a poco los va destruyendo para ser inevitablemente desaparecidos no por acción del tiempo, ni por la acumulación de desechos o fenómenos naturales, sino por nuestra desidia para salvarlos de nuestra propia mano o de la ignorancia que acontece para otorgarles su real valor.
Nota: Cabe aclarar que los noticieros dicen que estas huacas son parte de chan chan, pero estan en trujillo fuera del complejo de chan chan actualmente.